El tatuaje como iconografía de la persona I
Está probado que el arte de decorar el cuerpo con tatuajes es algo tan antiguo como el hombre mismo. La diferenciación, que ahora podemos apreciar en nuestra civilización occidental, entre iguales, a través de la apariencia externa, tienen su origen en los tatuajes que los clanes prehistóricos utilizaban como forma de identificación y pertenencia a uno u otro grupo humano.
Tatuaje en la piel de Otzi, el hombre prehistórico hallado en los Alpes.
No podemos caer, sin embargo, en el formalismo como instrumento de análisis; cada tatuaje tiene un significado propio y personal que su portador reconoce y que, si es comunicado su significado intrínseco a otros, establece una comunicación no verbal dentro del entorno cercano.
El tatuaje sin interpretación, pues, carece de significado, quedando reducido a mera manifestación artística; aunque esto parece ser de menor importancia en el caso de los tatuajes femeninos. El género masculino se inclina más a ver los aspectos sensuales y sexuales de un tatuaje en el cuerpo de una fémina que a interpretar el código del tatuaje. Todo el mundo estará de acuerdo en que resulta mucho más atrayente un tatuaje en un pecho de mujer que en cualquier lugar del cuerpo de un hombre, sin entrar en detalles que nos llevarían al interminable debate dialéctico de la guerra de sexos.
De igual forma, no es igual la percepción que la sociedad tiene de un hombre tatuado que de una mujer. Normalmente, en el caso de la mujer, está más aceptado como parte del espíritu veleidoso de constante búsqueda de la belleza, lo que explicaría, en parte, el porque de que, estadísticamente, se realicen más intervenciones con láser, para acabar con un tatuaje ya no deseado, en mujeres que en hombres.
Actualmente, con la adopción por parte del género "macho", de hábitos más saludables para con el cuidado personal, el tatuaje empieza a verse en el caso de los varones como algo eminentemente estético, abandonando la etiqueta contracultural que venía arrastrando dicho gusto por los adornos en la piel.
Tradicionalmente ligado a los bajos fondos, a la vida pendenciera, al mar, a la Legión, a las prisiones -más que nada, por su relación directa con la imagen del ser humano estigmatizado, marcado por un pasado, manchado, en contraposición a la idea judeocristiana que identifica lo limpio, lo puro, con la santidad ("sine macula concepta")-, es cada vez más común ver gente tatuada independientemente de su situación social, económica y cultural.
El tatuaje vuelve con fuerza, parejo al culto al cuerpo y, por ende, a su exhibición pública sin tapujos.
Lamentablemente, aún quedan mentalidades retrogradas que no aceptan lo que es un retorno de las costumbres más ancestrales del hombre, gente que ve el tatuaje como una cosa de drogadictos, guarros y inadaptados sociales. Normalmente, se trata de personas que no ven más allá de sus prejuicios estéticos y de conciencia de clase, individuos de un bajo nivel cultural -que no educativo, que es algo distinto: conozco a muchos universitarios que no saben quién era Cervantes-, que piensan que por llevar unos pantalones de pinzas son superiores a los que visten más "casual".
Lo triste es que esos señores llevan las uñas de los pies con más mierda que el rabo de una vaca, por no hablar del interior de sus mentes podridas, que relacionan top-less con prostitución. Porque ellos, para poder ver una teta, tienen que pagar primero.
(Fotografía cortesía de www.crainium.net)
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