De barbería...
Bueno, pues ya fui al barbero, no al estilista que yo soy muy clásico, y me dejaron la cabellera como cuando tenía 17 años. Ni rapado al uno ni melenudo. Pelado del abogado que pude ser y no fui, cambiando una vida de despachos por otra de solares derribados, zanjas y sol sobre la testuz. La verdad es que, lo de dejarme el pelo largo, ha sido más que nada para quitarme la espinita de no haber podido hacerlo cuando era adolescente; mi padre afirma ahora que él no me decía nada al respecto, pero creo que el soborno pecuniario puede considerarse forma de presión, sobre todo cuando uno está más seco que un geranio en el Sahara. En fin, ya me dejé el pelo largo y ahora me lo vuelvo a cortar para no tener que estar preocupado con acondicionadores, pelos atascando el desague de la ducha y otras molestias.
También ha sido una forma de luto. No me pelaba desde antes de fallecer mi abuela Paca. No tenía ganas de estar acicalado en extremo, digamos. Ahora ya creo que he asumido que no volverá a llamarme para felicitarme el cumpleaños y hacerme un regalo, como cada año que pasé a su lado, ni para preguntarme cuánto gano en mi trabajo; tampoco para regalarme el estomago con sus "delicatessen" como el "Pisto con pan para que parezca que lleva carne" o sus inigualables patatas fritas, cuyo secreto se llevó consigo.
Y para qué engañarnos, ya lo he dicho alguna que otra vez, soy una persona liberal en todo menos en lo importante. Me debo a mis principios.
Eso sí, la barba permanecerá, so pena de ser confundido con un chaval de 18 si me la rasuro. Me conservo estupendamente. Siempre me harán falta mis abuelas, pero para amarme a mi mismo me basto y sobro (en el sentido platónico, claro).
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