Feliz cumpleaños, papá.
Nació con la era atómica,
un día después una luz blanca borró miles de vidas
en la ciudad de Hiroshima.
Contaba mi abuela, que era un niño de pecho
y ya alzaba los brazos al cielo,
soñando con aeroplanos
que nunca había visto.
Según pasaban los años,
le fueron creciendo alas imaginarias
con las que volaba junto a los pájaros del campo,
y descubrió que su mundo no era la tierra firme,
sino las nubes y el aire.
Nadie le ayudó a despegar:
su madre tenía miedo, su padre era un padre
de los de antes.
Durante la "mili", caminaba cada día, de Eritaña a Tablada,
para aprender a volar, privándose de todo,
para hacer realidad un sueño,
ver la tierra desde las alturas azules infinitas.
Consiguió sus alas y aún tuvo que seguir luchando;
para que reconocieran su "alter ego" -Ícaro con alas de oro-
reparó un viejo aeroplano con sus propias manos,
y pudo al fin tener su oportunidad, dejar la tierra atrás
transfigurado en hombre volador, sueño cumplido.
Luego nací yo, lastre como todo hijo primero,
pico hambriento de polluelo en nido,
desprovisto de alas pero enfermo de sueños;
luego mis hermanos, la vida terrena, los problemas.
Pero él siempre salía a volar, con la luz de la mañana.
Ahora que han pasado los años, sigue soñando
pero ya sin alas, porque el tiempo pasa incluso para las águilas.
El reloj del tiempo pasa más lento,
mientras reconoce las estelas de los aviones
que rayan el cielo
y echa de menos volver a alzar el vuelo.
¡FELICIDADES, PAPÁ!
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