El boxeo, tal y como yo lo veo.
Empecé a boxear porque necesitaba algo que alejara fantasmas negros de mi mente. Quién ha pasado tantos años como yo viviendo la vida en los libros y, de repente, se ha encontrado con una enfermedad mental de frente que te quita las ganas de vivir, ya no teme el dolor físico, tan sólo al psiquico. Fue por eso que Dios vino a verme cuando encontré un cartel en el cual se anunciaba el comienzo de unas clases de boxeo. Me apunté y puse toda mi ilusión en ello, porque en la práctica del deporte de los caballeros iba a encontrar una forma de evaporar con cada golpe los oscuros efluvios del stress y la ansiedad. No sólo encontré eso, también encontré en mi entrenador a un amigo, un hombre de los que ya no quedan, de los que se visten por los pies, un trabajador nato y un luchador en todos los sentidos. Me honró con su amistad, me abrió las puertas de su casa, me cuidó como a un hermano y me dio la fuerza para seguir cada día acudiendo al entrenamiento, a pesar de los problemas diarios, mi incapacidad para golpear como es debido y mi, a veces, miedo a que mis neuronas se agitaran demasiado y me devolvieran los golpes a base de bajadas de serotonina. Me ha hecho un hombre a los 36 años, aunque suene extraño. Por todo ello, para mi el boxeo es ahora una forma de vida, o al menos intento llevar a mi rutina diaria lo aprendido, no los golpes, pero sí la actitud ante la existencia.
Ayer tuvimos un pequeño altercado en el gimnasio: en medio de un combate de entrenamiento, dos púgiles se enzarzaron en una pelea fuera de toda lógica deportiva. Estas cosas pasan, es un deporte de contacto y puede ser que en algún momento la competitividad lleve a un momento de tensión, pero para eso está ahí el entrenador,para poner las cosas en su sitio. Pero ayer uno de los contendientes pasó la frontera y, no sólo no paró de pegar cuando su contrario levantaba la mano en señal de parada, sino que tiró los guantes al suelo y salió del ring insultándonos a todos los presentes y, lo que más me dolió, a mi entrenador, que lleva desviviéndose por el boxeo desde que tenía 13 años; cuidando de que no falte un detalle para que entrenemos a gusto en el gimnasio, para que disfrutemos de cada entrenamiento, para que salgamos de allí todos como un equipo: los buenos, los malos y los mediocres, todo juntos a comentar el día, a volver a casa satisfechos de nuestro esfuerzo.
Eso no es admisible en ningún deporte de contacto, y menos en el que se define como "de caballeros". Es más, no tiene lugar en presencia de mi entrenador, que no se merece eso. Pero no volverá a pasar, porque por mucho que su nivel sea mejor que el mío, yo pegue como una niña, o el que sea venga de la Legión, ¡Ay del que vuelva a insultar el boxeo o a mi entrenador! Lo haré como deben hacerse esas cosas entre caballeros, dentro del ring, pero juro que me tendrá que echar la cara abajo y moverse rápido para no conocer la cólera de Dios en mis guantes, porque nadie habla mal del boxeo en mi presencia, porque el boxeo para mi es la vida y la amistad. Y que conste, que con esta aseveración estoy firmando mi sentencia firme a una rinoplastia de urgencia, una dolorosa sesión de reimplantes dentales y más de una costilla rota, porque pego más flojo que "el peo de un marica" (con perdón para el colectivo gay, que también debe ir de vientos, como todo el mundo), pero no me importa si sirve para que respeten el boxeo, tal y como yo lo veo y siento.
Un abrazo, entrenador
Ayer tuvimos un pequeño altercado en el gimnasio: en medio de un combate de entrenamiento, dos púgiles se enzarzaron en una pelea fuera de toda lógica deportiva. Estas cosas pasan, es un deporte de contacto y puede ser que en algún momento la competitividad lleve a un momento de tensión, pero para eso está ahí el entrenador,para poner las cosas en su sitio. Pero ayer uno de los contendientes pasó la frontera y, no sólo no paró de pegar cuando su contrario levantaba la mano en señal de parada, sino que tiró los guantes al suelo y salió del ring insultándonos a todos los presentes y, lo que más me dolió, a mi entrenador, que lleva desviviéndose por el boxeo desde que tenía 13 años; cuidando de que no falte un detalle para que entrenemos a gusto en el gimnasio, para que disfrutemos de cada entrenamiento, para que salgamos de allí todos como un equipo: los buenos, los malos y los mediocres, todo juntos a comentar el día, a volver a casa satisfechos de nuestro esfuerzo.
Eso no es admisible en ningún deporte de contacto, y menos en el que se define como "de caballeros". Es más, no tiene lugar en presencia de mi entrenador, que no se merece eso. Pero no volverá a pasar, porque por mucho que su nivel sea mejor que el mío, yo pegue como una niña, o el que sea venga de la Legión, ¡Ay del que vuelva a insultar el boxeo o a mi entrenador! Lo haré como deben hacerse esas cosas entre caballeros, dentro del ring, pero juro que me tendrá que echar la cara abajo y moverse rápido para no conocer la cólera de Dios en mis guantes, porque nadie habla mal del boxeo en mi presencia, porque el boxeo para mi es la vida y la amistad. Y que conste, que con esta aseveración estoy firmando mi sentencia firme a una rinoplastia de urgencia, una dolorosa sesión de reimplantes dentales y más de una costilla rota, porque pego más flojo que "el peo de un marica" (con perdón para el colectivo gay, que también debe ir de vientos, como todo el mundo), pero no me importa si sirve para que respeten el boxeo, tal y como yo lo veo y siento.
Un abrazo, entrenador
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