Visita al dentista: mejor que ir a ver a Bob Esponja.
Pues sí, hoy tenía cita en un dentista de Cádiz para que le echara un vistazo a una muela que tengo cariada. Transcribo la conversación entera para que veáis que no es sólo cosa de mi calenturienta mente distraída.
Llego a la puerta de la consulta. Toco el timbre. Me abre la enfermera viejuna de los tebeos de Mortadelo y Filemón. Me hace pasar a la sala de espera, donde cuelgan algunos diplomas del padre de la actual titular de la consulta, junto con el título de licenciada en la primera promoción de la Facultad de Odontología de Sevilla. La sala está decorada vintage total. Por un momento me siento transportado a "Cuéntame cómo pasó": sofá de cuero marrón, mesita baja de tapa marmórea sobre la que se esparcen en cuidadosos desorden revistas del corazón, pero de las que regalan con el Diario de Cádiz. Nada de Hola, Pronto, ni siquiera QMD.
Al momento me atienden de nuevo y me llevan a la consulta propiamente dicha. La dentista me mira con cara de asco, propio de los licenciados de medio pelo herederos de la profesión del padre.
-Otro muerto de hambre de aquí de Cádiz-, debe pensar al ver que saco la tarjeta de Famedic (obtenida por mediación de mi colegio profesional). Pone cara de asombro al ver que le tiendo la mano educadamente para saludarla.
-Siéntese, por favor. Le hago caso y me acomodo en el sillón clásico de dentista. Seguidamente, sin dejarme hablar se pone a examinar mi dentadura.
-Apunta: reconstrucción en tal y cual pieza, prótesis en hueco entre premolar superior y siguiente, bla, bla bla.... Una retahíla de diagnósticos salen por la boca de aquella supuesta profesional hasta engrosar la cuenta, que la enfermera le va haciendo mientras apunta, hasta los 800 euros.
-Pues dígame. ¿Por dónde empezamos? -Pregunta.
-Pues supongo que por la muela que me está molestando-. Respondo señalando la pieza dental que me martiriza desde hace días.
-Ah, pero eso, a ver... ¿Le duele? Me pregunta mientras me golpea la muela indicada con una de sus herramientas de tortura. Ante mi respuesta afirmativa, me dice:
-Si le duele es que ha llegado al nervio. Habrá que hacer una endodoncia, pero habrá que hacerlo en dos o tres sesiones, porque tengo que darle antibióticos primero, luego matar el nervio, y una vez terminada la endodoncia, una funda. Serán unos 200 euros.
-Ah, pues pensaba que sería algo de menor importancia. Sinceramente, entonces iré a mi dentista de cabecera. Trabajo aquí, pero tengo mi doctor en Sevilla. Respondo.
-Yo también tengo consulta en Sevilla. Dice la licenciada en odontología que no necesita hacer radiografías previas de la pieza para diagnosticar el daño existente.
-Sí, claro. Pero como yo también tengo mi doctor en Sevilla, pues mejor voy a verlo a él.
-Ah, vale. Entonces, ¿para que viene usted? Me interroga con la misma cara de asco del principio.
-Pues venía para ver si me podía hacer algo rápido hasta que tenga tiempo para ponerme en manos de mi dentista habitual. Le respondo, flipando ante la estúpida cuestión.
-Pues no puede ser, porque la endodoncia, como le digo es en varias sesiones. Si quiere le mando antibióticos...
Llegados a este punto, decido pedirle que me cobre lo que le deba por la consulta. 12 euros. Los pago y salgo de allí escopetado. Otro supuesto profesional afectado por la enfermedad que inocula Cádiz a los que tienen oportunidad de sacar dinero en B, me digo. Llamo a mi dentista de Sevilla y le cuento. Mañana mismo me atenderá y me arreglará la muela.
Vuelvo a casa con la sensación de haber estado en un capítulo de Museo Coconut...
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