Año que sale, año que entra.

Ya está aquí otra vez el fin/principio de año, con sus cotillones, los especiales de campanadas a medianoche, y las inevitables necrológicas sobre los que se fueron, eufemísticamente hablando, para el otro barrio. No puedo dejar de mencionar el coñazo de los resúmenes del año, que se me indigestan más que toda la carne de cordero del mundo. Tampoco los jodidos coleccionables por fascículos que se empeñan en vendernos en las épocas del año en que menos euros llevamos en el bolsillo.

Todo lo que no sea celebrar el cambio de año en una fiesta glamour sobre la cubierta de un yate surcando las aguas del Egeo, no me interesa. Es que no entiendo qué tiene que celebrar esto de pasar de un año a otro. Si por lo menos fuera a significar un cambio sustancial en nuestras vidas. ¿Habrá que esperar al último año, el previo al fin del mundo, para celebrar algo decente?


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