Biutiful
Biutiful es la historia de Uxbal, interpretado por Javier Bardem, un buscavidas de la Barcelona que no sale en la publicidad turística de la Generalitat, la Barcelona que inmortalizara Ivá en sus historias de Makinavaja. También me recordó mucho a los ambientes plasmados por Mediavilla en las historias de Makoki. La Barcelona, ciudad cosmopolita y deshumanizada como cualquier ciudad capital de la otrora próspera Europa, ahora sumergida en una crisis económica que no habrá hecho más que deteriorar la calidad de vida de los personajes como los que comparten escenario urbano con el protagonista de la cinta. Los bajos fondos en los que la explotación laboral de los inmigrantes ilegales es un asunto cotidiano, en el cual unos pocos se enriquecen con dinero negro mediante el chanchulleo de medio pelo, imitación del vulgo de ese mundo del pelotazo de altos vuelos del Liceu y otros.
Iñárritu va desarrollando la trama a partir del don de Uxbal, capaz de hablar con los muertos, desde que le diagnostican un cáncer terminal de próstata. Su drama familiar con dos hijos a los que mantiene en un sucio piso de alquiler, una mujer con problemas psíquicos, de adicción al alcohol, y un hermano, igual de buscavidas, pero aún más sinvergüenza, sumerge al espectador en un torbellino de desazón inicial. Desazón que se torna en horror cuando se nos hace ver que siempre hay quien está mucho peor, como es el caso de los inmigrantes ilegales chinos o africanos, que se ven abocados a un estado de esclavitud y exclusión social. Muy bien plasmada la realidad del país en el que antes del fenómeno migratorio los más desfavorecidos también eran ciudadanos con DNI español, ahora elevados a la categoría de intermediarios entre las clases medias y el nuevo obrero/quinquillero que no aparece en las listas de afiliados de la Seguridad Social o los sindicatos mayoritarios. Una realidad que muchos se negarán a reconocer pensando que el director mejicano ha exagerado, para repetir los ambientes marginales que ya nos enseñara en Amores Perros, cuando la verdad es que ni en el cine español más realista se puede describir mejor la situación de desolación y desamparo de esos ciudadanos anónimos que nos venden fruslerías en las calles más chic de nuestras ciudades sobre improvisados escaparates-mantas. Me recordó la sala del Museo de la Industria de Manchester, donde se muestra la forma de vida de los obreros de la revolución industrial.
La película muestra una Barcelona hermosa en su decrepitud, llena de vida espiritual tras el frío del asfalto, una Barcelona muy por debajo de las alturas de su skyline de la inacabada Sagrada Familia, Torre Agbar y demás hitos de la modernidad posmoderna.
Una obra maestra de denuncia social, solapada por una bella historia de perpetuación a través de la memoria en nuestros hijos, motor que mueve la existencia de los pobres del siglo XXI, no sólo aquí sino en todo el planeta.
Altamente recomendable para aquellos que se han visto afectados por el "drama" de no poder ir de puente por culpa de los controladores aéreos. Problemas de verdad. El que no quiera ver penas, que vaya a Las Crónicas de Narnia.
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