País, país...
Llega el nuevo año y seguimos con las viejas cuitas heredadas del pasado. Este país no avanzará nunca. Es seña de identidad que las vanguardias sean engullidas por las masas y convertidas en "mainstream", encumbrando a los que más fuerte gritaban pidiendo un cambio y dejando atrás a los verdaderos fieles por la renovación. Les queda la pensión de ser figuras para entendidos en minoría, esos que se proclaman a si mismos elite intelectual sin preocuparse de aportar algo a la sociedad más que el cínico desprecio hacia el vulgo mayoritario. Así, languidecen hasta que ocupan la sección de obituarios de un diario de provincias, o les hacen un homenaje del que se hacen eco los suplementos culturales para quedar bien. Decía Josep Pla: "La primera obligació d'un escriptor és observar, relatar, manifestar l'època en què es troba."
Esto es aplicable a todas las manifestaciones culturales, ya que sin la sociedad en la que se gesta, la creación en todas sus facetas quedaría desprovista de anclaje histórico. Y esto no es óbice para que no se puedan desarrollar expresiones novedosas de vanguardia, sólo que no podemos olvidar el origen de todas ellas desde el punto de vista de un artista: la vida y su escenario cotidiano.
Esto es aplicable a todas las manifestaciones culturales, ya que sin la sociedad en la que se gesta, la creación en todas sus facetas quedaría desprovista de anclaje histórico. Y esto no es óbice para que no se puedan desarrollar expresiones novedosas de vanguardia, sólo que no podemos olvidar el origen de todas ellas desde el punto de vista de un artista: la vida y su escenario cotidiano.
Cuando no es por causas económicas, es por causas económicas. El dinero, ese poderoso señor que ya mandaba en la península cuando la bolsa era una entelequia de usureros o un simple zurrón, sigue rigiendo los destinos de este país. El rico tradicional compra el arte que sabe que le será de utilidad en momentos de debilidad financiera, asesorado por el instinto de conservación del patrimonio familiar. El nuevo rico imita al tradicional y, de vez en cuando, practica el shopping compulsivo y cuantitativo. La burguesía que no llega a la opulencia, se conforma con ir coleccionando obras de autores desconocidos con la esperanza de que, en un futuro, su ojo intelectual (a veces situado en salva sea la parte) le haya dado acierto en su elección. Y no es difícil, dada la enorme creatividad de este país de artistas en general.
El plebeyo debe conformarse con arte en minúsculas, con reproducciones de grabados regalados por suplementos semanales, esculturas imitación de temas populares y la tan traída iconografía judeocristiana. Aún no hemos experimentado la democratización del acceso a la cultura, aunque las nuevas tecnologías pretendan darnos a entender lo contrario. También se estila mucho ahora la visita al museo, espoleada por las largas colas que se anuncian en las mermadas secciones culturales de los telediarios. Ver por ver, sin entender más que lo que las audio-guías quieren explicar con lenguaje llano y fácilmente asimilable. La crítica ha muerto también, lógicamente, arrastrada por la presión popular. Crecen los museos de automóviles, los museos etnográficos, las exposiciones temporales sobre temas de actualidad, o de historia politizada. La cultura hecha coleccionable.
Y no quiero hablar de la "kultura", esa manifestación supuestamente del pueblo que engaña a los incautos haciéndolos creer que suponen un revulsivo social desde asociaciones de barrio, casas ocupadas y otros colectivos similares, que simplifican la creación desde la óptica del populismo subvencionado y, como tal, rendido a los intereses del estado.
Es natural éste orden de cosas en una sociedad que ha descuidado la educación de sus hijos, equiparando la formación como individuo a la consecución de un estatus social determinado por la posesión de objetos. El desconocimiento de la historia común hace que la persona se crea aislada de la sociedad en la que vive, cosa que es falsa de raíz, pues ningún hombre puede vivir sin pertenecer a un colectivo, sea cual sea su forma: familia tradicional, compañeros de orientación sexual o política, afectados por males de muchos, etc.
No hace falta una regeneración, como muchos intentan hacernos creer, pues regenerar es empezar de nuevo bajo los mismos principios que nos han llevado a la situación de caos social. Hace falta inventar una nueva forma de vivir en la que todos tengamos sitio. Un arca de Noé para seres humanos con base en este planeta heredado y que podemos salvar aún. No hay que hacer caso a los que nos quieren hacer creer que la solución está en la exportación del mal endémico a otros planetas. La salvación está en nuestras manos, pero las manos deben ser guiadas por un cerebro. Es la labor de los artistas y creadores enseñar el camino, no sólo decorarlo con bellos artificios. Sin la creación, estaremos perdidos en la más absoluta de las fealdades: la repetición cíclica de un modelo único que fabricarán chinos explotados en fábricas deshumanizadas.
El plebeyo debe conformarse con arte en minúsculas, con reproducciones de grabados regalados por suplementos semanales, esculturas imitación de temas populares y la tan traída iconografía judeocristiana. Aún no hemos experimentado la democratización del acceso a la cultura, aunque las nuevas tecnologías pretendan darnos a entender lo contrario. También se estila mucho ahora la visita al museo, espoleada por las largas colas que se anuncian en las mermadas secciones culturales de los telediarios. Ver por ver, sin entender más que lo que las audio-guías quieren explicar con lenguaje llano y fácilmente asimilable. La crítica ha muerto también, lógicamente, arrastrada por la presión popular. Crecen los museos de automóviles, los museos etnográficos, las exposiciones temporales sobre temas de actualidad, o de historia politizada. La cultura hecha coleccionable.
Y no quiero hablar de la "kultura", esa manifestación supuestamente del pueblo que engaña a los incautos haciéndolos creer que suponen un revulsivo social desde asociaciones de barrio, casas ocupadas y otros colectivos similares, que simplifican la creación desde la óptica del populismo subvencionado y, como tal, rendido a los intereses del estado.
Es natural éste orden de cosas en una sociedad que ha descuidado la educación de sus hijos, equiparando la formación como individuo a la consecución de un estatus social determinado por la posesión de objetos. El desconocimiento de la historia común hace que la persona se crea aislada de la sociedad en la que vive, cosa que es falsa de raíz, pues ningún hombre puede vivir sin pertenecer a un colectivo, sea cual sea su forma: familia tradicional, compañeros de orientación sexual o política, afectados por males de muchos, etc.
No hace falta una regeneración, como muchos intentan hacernos creer, pues regenerar es empezar de nuevo bajo los mismos principios que nos han llevado a la situación de caos social. Hace falta inventar una nueva forma de vivir en la que todos tengamos sitio. Un arca de Noé para seres humanos con base en este planeta heredado y que podemos salvar aún. No hay que hacer caso a los que nos quieren hacer creer que la solución está en la exportación del mal endémico a otros planetas. La salvación está en nuestras manos, pero las manos deben ser guiadas por un cerebro. Es la labor de los artistas y creadores enseñar el camino, no sólo decorarlo con bellos artificios. Sin la creación, estaremos perdidos en la más absoluta de las fealdades: la repetición cíclica de un modelo único que fabricarán chinos explotados en fábricas deshumanizadas.
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