Magreb: Todos somos complices
La situación en Túnez ha destapado el tarro de las esencias en el Magreb, y no precisamente con olor a especias y crema de rosas. La complicidad de los estados de la Unión Europea para con los regímenes dictatoriales disfrazados de monarquías tradicionales, o gobiernos defensores de la mesura frente al radicalismo islámico, puede hacerse extensiva a los ciudadanos de la Unión. No sólo hemos participado de la indiferencia de nuestros gobiernos frente al problema, sino que además inyectamos fondos para estas dictaduras cuando viajamos a Egipto, Marruecos, o Túnez, aprovechando las ofertas vacacionales. La excusa de que el dinero va para el pueblo de los países, y no para sus corruptos gobernantes, ya no es válida. El control de la riqueza del Magreb está en manos de empresas europeas que, a cambio de sobornos y regalos institucionalizados, manejan los hilos de las antiguas colonias como antaño.
Sin ir más lejos, el estado español y su jefe máximo, se empeñan en defender la situación de Marruecos como la menos dañina para nuestros intereses, mientras a nuestras costas llegan pateras llenas de desesperación. En el caso de otros países europeos, tradicionalmente explotadores del continente africano, tiene delito, pero en el caso español es aún más grave. repetimos el esquema complaciente de los países que, en plena guerra fría, empezaron a ver con simpatía el régimen dictatorial del General Franco, aceptando la existencia de un estado fascista en el corazón del continente, frente a la amenaza del bloque del Este. Los turistas venían a España atraídos por unos precios bajos, sol y playa, pero ajenos a la realidad de un país en el que la censura campaba a sus anchas y los derechos humanos eran vulnerados sistemáticamente.
Ahora, nosotros repetimos el error. Es "supercool" de la muerte ir a Marruecos a fumar porros en Chauen o Asilah, visitar el desierto tunecino, y las milenarias pirámides. De Argelia ni hablamos porque la cosa no está para turismo, con una guerra civil sucia ocultada por los países occidentales. Volvemos con la idea de que la gente es muy amable y simpática, que viven felices en sus limitaciones económicas; muy satisfechos de haber dejado allí las aspirinas, las camisetas usadas u otros cachivaches, creyendo que hemos ayudado a las gentes subdesarrolladas del otro lado del estrecho. Nada más alejado de la realidad. El monto de nuestros gastos en esos países va directamente a las cuentas suizas de los dirigentes sin escrúpulos que, con mano férrea mantienen a sus ciudadanos en la pobreza, a pesar de sus esfuerzos por superarse y mejorar. Mientras, muchachos con estudios universitarios, con un conocimiento de idiomas que nos hace quedar a la altura del betún a los españolitos, conducen taxis o hacen de guías turísticos para ganarse la vida. Eso con suerte, para no tener que jugarse la vida en una patera con la ilusión de llegar a Europa a hacer los trabajos que nadie quiere hacer ya, creyéndose superiores por ser de la Unión Europea.
Estados Unidos, como de costumbre, tiene también sus intereses en esta parte del globo, pero eso es otro tema.
Exijamos a nuestros gobiernos que, ya que se han portado como verdaderos hijos de puta -ensalzando las virtudes de esos estados del Magreb que están ahora acojonados por la movilización popular-, defiendan ahora el derecho de los ciudadanos norteafricanos a tener democracias reales. Es lo mínimo que pueden hacer.
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