Yo serví al Rey de España...
Con la misma cara de pardillo de siempre, pero mucho más joven...
Mi trabajo en aquel lugar era de Mozo de Equipajes y sustituto de la Conserje Dª Paloma, cuando ésta se daba el piro a Madrid cada fin de semana. Al principio, todo bien, porque yo estaba más tieso que la picha un novio, recién casado y con un hijo. Me pagaban las sustituciones a un buen precio, dado que se trataba de mis días libres, hasta que decidieron que era mejor pagarme los días de conserje al mismo precio que los de Mozo de Equipajes. Cuánto más ganara, mejor para mi, así que intentábamos vivir con las propinas que, si bien no eran para tirar cohetes, sí nos permitían ahorrar y llegar a fin de mes. A la vez, intentaba compaginar el trabajo, la vida familiar y los estudios universitarios, mucho antes de que se inventara eso de tener derecho a tener vida familiar a la vez que un trabajo...
Pues bien, después de bastante tiempo sin coger vacaciones, me tocaban unos días libres; además, eran en fin de semana, un verdadero regalo para todos los que trabajamos en Hostelería, dadas las características de esa ocupación. Cuando se anunció la boda de la Infanta Elena, nos suspendieron todos los permisos para esos días, con lo que me jodieron las vacaciones bien jodidas. Siempre fui partidario de la República, ya que considero que la monarquía es una institución obsoleta y sin sentido en una sociedad moderna, por mucho que nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino los esbirros cortesanos de siempre. No puede mantenerse una institución que hace diferencias entre ciudadanos por razón de su nacimiento, al menos de forma oficial. En fin, a lo que iba: que me fastidiaron los días libres.
Para más INRI, los sindicatos de lameculos mayoritarios convocaron una huelga del sector para esas mismas fechas, algo muy inteligente teniendo en cuenta que vivimos en un país de pelotas, chivatos y aduladores. La huelga fue un completo fracaso, ya que los sindicatos se la tragaron doblada ante las presiones de la patronal, los políticos de turno, la Casa Real y la madre que los parió a todos. De esa huelga saqué en claro que los sindicatos están vendidos al poder -a cambio de gestionar cursos de FPO y otras migajas que les reportan, a los "luchadores por los derechos de los trabajadores", pingües beneficios-, así como una hermosa carta de despido por secundar la huelga y estar en la "lista negra" que uno de los pelotas oficiales se dedicó a confeccionar para el Jefe de Personal, D. Darío Gambarte. También que en todos los gremios hay hijos de puta dispuestos a vender a su propia gente por quedar bien, ergo los esquiroles, que vinieron del Hotel Palace de Madrid por si la huelga se llevaba a cabo finalmente.
La boda fue un cachondeo para todo el mundo menos para los que nos habíamos quedado sin vacaciones, sin aumento salarial, y demás reivindicaciones ignoradas secularmente por la patronal. Tuve que cargar los trajecitos de la Reina de Holanda por las escaleras, porque la señora no gusta de los ascensores, ni sus trajes tampoco... Ayudé a un famoso aristócrata borrachuzo a ponerse la chaqueta, dado que estaba tan pedo que creo que ni siquiera llegó a la ceremonia religiosa. Anduve por los pasillos llevando maletas para la familia Marichalar, la familia griega de la reina (esos que dicen que son reyes pero no tienen reino) y su mayordomo personal; para Jean Paul Gaultier, muy elegante con su camiseta de "quinqui" marsellés. Hubo también muchos otros que yo desconocía, pero que llevaban apellidos rimbombantes de los que salen en los libros de texto. Recuerdo con especial cariño a una adorable viejecita que fue la única que me dio propina, un billete de veinte duros de los de Manuel de Falla que aún conservo; lo llevaba en un monedero, dobladito con primor desde la última boda a la que asistió en España, supongo...
De los demás, no recuerdo ni cómo salieron del hotel, de la prisa que llevaban no fuera que les cobrasen algo del minibar. Supongo que el bufo que dejaron fue asumido por la empresa concesionaria del hotel y el Ayuntamiento de Sevilla, siempre a perder el culo por una visita real.
Por la única persona que puedo decir que me dio gusto servir esa boda, aunque fuera cargando maletas y aguantando estoicamente las ganas de meterle fuego al hotel con todos dentro, es por la madre del Rey, Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans. Una Señora de los pies a la cabeza, además de bética de pro, que fue la única que se dignó a darme la mano al entrar en el hotel. No me reconocía entre los empleados habituales, así que me tendió la mano y me dijo, presentándose:
-Yo soy Mercedes. A usted no lo conozco. ¿Es nuevo?
Pues sí, señora, respondí.
-Pues bienvenido y buena suerte, joven.
Y entró en el montacargas, ya que nadie había pensado en adaptar la entrada principal del hotel a la invitada más ilustre del mismo y la Señora tenía que usar nuestra rampa para equipajes. Sevilla la quería, pero nadie pensó en una reina que pudo ser y no fue en silla de ruedas.
Todo esto es de antes de que se vendieran los muebles del histórico hotel, desechados por el caro mantenimiento que necesitaban, del que se encargaba un compañero de manos expertas en mobiliario de categoría; una vez jubilado, los muebles eran más un coste que otra cosa, así que decidieron deshacerse del patrimonio de todos los sevillanos. Como el suelo del Archivo de Indias, claro...
Así lo viví y así lo cuento, y al que no le guste: la frase de Maradona.
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