Trenes

Me gusta ver los trenes en las vías de la estación. Son una metáfora de la libre elección de destino.


Siempre me fascinaron los barcos mercantes que veía entrar y salir por el Guadalquivir, pero nunca me planteé ser marino; me mareo en los barcos si pierdo de vista el horizonte. Si pudiera compraría un velero para navegar por el Mediterráneo, como Ulises. Pero, como mientras tenga amor no tendré suerte en el juego -malditos refranes- se que nunca podré ganar el suficiente dinero para hacerlo. Uno sabe bien a qué clase social pertenece por las cosas que no puede permitirse.

Los aviones me sedujeron desde pequeño, claro que no podía ser de otra manera siendo hijo de un aviador, pero mi padre -muy acertado en su análisis- descartó esa profesión para mi porque pensaba que no tenía el temple necesario para volar. Sin embargo, me encanta saltar de aeropuerto en aeropuerto. Echo de menos aquellos días de incertidumbre en los que viajaba en avión con frecuencia, sobrevolando paisajes como salidos de una maqueta de las que mi tío Baldomero construía, con paciencia y esmero infinitos, para divertimento propio y admiración de los chinorris de la casa.

El viaje por carretera me fascina, pero cada vez menos porque las autopistas del progreso están trazadas demasiado rectas, tanto que resultan aburridas. Mi mejor recuerdo de un viaje en carretera es de cuando recorrimos Europa desde Sevilla hasta Groningen, en Países Bajos. Compartí el volante con mi padre y, aunque no recuerdo que habláramos nada distinto de lo habitual entre nosotros, discusión sobre política, enfrentando su conocimiento de la vida con mis lecturas de los clásicos del pensamiento político de izquierdas (cuando uno es joven, tiende a la búsqueda de la utopía), tengo claro que fue uno de los mejores viajes "on the road" de mi vida. Tampoco puedo olvidar aquella vez que conduje desde Raleigh, en Carolina del Norte, hasta Harlingen, Texas. Mi tía Ana me leía un libro de Antonio Gala, mientras yo disfrutaba de la materialización de mi sueño americano privado: conducir una "troca" (en spanglish: truck, que es cómo denominan allí a los modelos pick up) atravesando todo el Sur de los EE.UU. De todo el viaje, me quedo sin dudar con nuestra estancia en Nueva Orleans, donde cumplí otro sueño: pasear por Bourbon St. y escuchar el mejor blues y jazz en sus garitos.


El tren es el medio de transporte que más interés me ha creado siempre. Quizás porque se puede llegar al mismo centro de las ciudades pero atravesando páramos desolados, espesos bosques, montañas horadadas por el afán de progreso de los dos pasados siglos; cruzar ríos, deleitar la vista con paisajes irrepetibles. También está el valor añadido de poder leer tranquilamente. Viajar mentalmente mientras se viaja físicamente es lo más parecido al teletransporte que llegaré a conocer, estoy seguro, dejando de lado las experiencias con ciertas sustancias. Además, guardo un hermoso recuerdo de cuando viajaba en tren con mi hijo cuando, según sus propias palabras "éramos pobres y no teníamos coche". Nada más hermoso, sin embargo, que llegar a Venecia y salir de la estación de Santa Lucía para contemplar la Iglesia de San Simeone Piccolo, en el Sestiere de Santa Croce.


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