Lo que se creía poblado tartesio resulta ser un santuario fenicio.
Tal día como hoy de hace exactamente cincuenta años, unos albañiles allanaban el terreno en la cima del cerro del Carambolo, frente a Camas, para que sirviera de ubicación a un jardincillo. Se trataba de preparar las instalaciones del Real Tiro de Pichón de Sevilla para la celebración de una competición internacional que iba a tener lugar en la primavera del año siguiente. De pronto, la piqueta tropezó con algo duro, muy cerca de la superficie. Los obreros ahondaron y su sorpresa fue mayúscula al encontrar una serie de piezas metálicas doradas formando diversos dibujos. Enseguida surgió la controversia acerca de si se trataba de oro o de cobre. Para demostrar lo segundo, uno de los operarios dobló y rompió uno de los elementos, concretamente lo que sería después interpretado como un pectoral. Había también un collar, brazaletes y 16 «galletas», según las llamaron los mismos albañiles.
Aquellos hombres habían descubierto algo más que un tesoro. Su golpe en la tierra iba a abrir una línea de investigación en torno, nada menos, que a la civilización autóctona más importante de la España antigua: Tartesos. Era el primer vestigio material de aquel mundo misterioso que Schulten buscó en vano en los arenales de Doñana. El 10 de octubre de 1958, el tesoro era presentado por el catedrático Juan de Mata Carriazo y Arroquia en el salón Colón del Ayuntamiento. Tras casi cinco décadas de abandono, y sólo cuando se iba a construir encima un hotel, las últimas excavaciones han puesto de relieve un Carambolo «distinto» del conocido hasta ahora.
Para poner al día el conocimiento del yacimiento, ABC ha preguntado al profesor de Arqueología en la Universidad de Sevilla, José Luis Escacena Carrasco, asesor científico además del equipo de la excavación. La tesis dominante hasta ahora es que El Carambolo era un poblado tartesio. Algunos preferían hablar de los fenicios como ocupantes del lugar. Pero tras las excavaciones han quedado claro que, efectivamente, se trata de fenicios, y sobre todo que no era un lugar de residencia sino un santuario, rodeado de servicios, algo muy similar a los actuales. No es un pueblo con su templo, sino al revés. Es un santuario de más de tres mil metros cuadrados que empieza en el siglo IX a.C. y dura hasta comienzos del VI a.C. En torno al templo, surgen servicios, igual que en los centros de peregrinación actuales. Desde bares hasta tiendas para los visitantes y viviendas para quienes sirven. Puede ser que incluso hasta algo parecido a casas de hermandades. En Grecia funcionaba igual: grandes santuarios como Delfos.
Puerto comercial
Ese santuario depende de la fundación paralela de una colonia comercial fenicia, que es Sevilla, en el siglo IX a.C. Es donde reside la mayoría de la población y donde hay un puerto de comercio. Remontando aguas arriba el estuario a partir de Coria, los fenicios fundan Sevilla donde ya el calado del río impide seguir subiendo a los barcos de calado marítimo, como defendió ya F. Collantes de Terán. Sevilla, al igual que hoy, empezó siendo puerto de mar.
Lo que en Sevilla nos impiden las construcciones modernas, la búsqueda de los estratos antiguos, lo conocemos en parte a través del Carambolo, aunque la información del Carambolo se inclina más a los aspectos religiosos. Pero las garantías de que los contratos comerciales se iban a cumplir, como hoy los notariales, se apalabraban y escribían entonces en el santuario.
Los fenicios situaron algunos templos fuera de la ciudad: el Carambolo es uno de ellos, el más importante, dedicado a la diosa Astarté. Había otro en Coria del Río. Entonces era una mancomunidad de servicios, como hoy lo son algunas prestaciones públicas de las poblaciones de la bahía de Cádiz.
A esta altura del Guadalquivir, la presencia fenicia consigue un paisaje colonial entre sagrado y profano que ocupa unos pocos kilómetros cuadrados entre Alcalá del Río y Coria, con centro en Sevilla.
En la excavación del Carambolo se quitaron las dependencias del Tiro de Pichón. La sorpresa fue que entre los cimientos de esas construcciones modernas quedaban restos de edificios mucho más antiguos. Se han hecho varias campañas de excavación.
En opinión del profesor Escacena, El Carambolo es el templo más grande, espectacular y lujoso que conocemos de los fenicios en el Mediterráneo, y el que se conoce con más detalle a pesar de que está muy destruido por las posteriores dependencias del Tiro de Pichón.
Se ha conseguido reconstruir la imagen de un rompecabezas con un 60% de piezas. Es un edificio perfectamente simétrico. En su momento de máximo esplendor, fue un gran complejo ceremonial al que se accedía desde el Este por un patio empedrado. Al fondo tiene habitaciones y salas de culto (capillas) y áreas de servicios: sacristías, cocinas, lugares donde se preparaban las víctimas y las ofrendas, hornos de pan… Posiblemente se elaboraban allí mismo ex votos para las necesidades del culto. Un santuario antiguo es muy complejo. Entre el patio y las capillas discurría un nártex (acera porticada) pavimentado con conchas marinas.
Hasta ahora, lo único que se conocía del Carambolo procedía de las excavaciones dirigidas por profesor Carriazo: una mancha de cenizas oval que se interpretó como el fondo de una cabaña semiexcavada en aquel enclave, entonces tenido por uno de los más ricos asentamientos de los tartesios. Pero hoy sabemos que el tesoro no es tartesio, sino fenicio. Algunos investigadores habían sospechado ya esta otra adjudicación cultural. Las excavaciones recientes han venido a corroborar eso.
Se ha podido reinterpretar el tesoro de forma completamente distinta. Algunas piezas -los llamados pectorales- iban colocadas en la testuz de los toros destinados al sacrificio como ofrenda sagrada para los dioses. En la Antigüedad no se concebía esta liturgia sin una procesión previa en la que se mostraba a los fieles, convenientemente engalanado, el animal que iba a ser sacrificado. El sacerdote que oficiaba el culto se colocaba otras piezas, como el collar y los brazaletes. Los sevillanos conocen bien cómo hay que vestirse con lo mejor que se tiene el Domingo de Ramos, comenta el profesor Escacena.
Al propio Carriazo algunas cosas aparecidas en el Carambolo le sugirieron ya ambientes sacros, reflexiona el experto. El mismo tesoro es singularísimo, de los más importantes del Mediterráneo antiguo. Después fue el profesor Blanco Freijeiro quien sugirió la existencia en el Carambolo de un templo, muy humilde desde el punto de vista constructivo pero con ajuares y servicios litúrgicos muy ricos: el tesoro y cerámica pintada muy lujosa.
Durante cincuenta años han convivido dos hipótesis: un poblado indígena tartesio y un sitio sagrado. El pensamiento mayoritario ha sido que era un poblado indígena, tartesio. Y había un pequeño grupo de discordantes que fue profundizando en la hipótesis sagrada: un santuario. Las dos interpretaciones han estado conviviendo durante años como oferta de trabajo intelectual para el mundo científico. Finalmente, las excavaciones recientes han inclinado la balanza a la hipótesis sagrada, la del pequeño grupo de discrepantes. «El conocimiento científico no funciona como la política democrática, donde la verdad es de quien posee la mitad más uno de los votos», señala el profesor Escacena.
Tras el nártex de conchas del Carambolo hay dos grandes capillas rectangulares. La capilla Norte se dedicó a Astarté, y la Sur a Baal. Como a la Virgen acompaña siempre la adoración a Jesucristo de la teología cristiana, los cultos fenicios disponían de una pareja divina. Y siempre en los santuarios de la diosa también se celebraban cultos baálicos.
La capilla de Astarté estaba más destruida por el Tiro de Pichón y no ha conservado el altar que debió tener en el centro. La de Baal sigue conservando el altar del centro. Su forma imita la piel extendida de un toro, símbolo animal del dios. Es una impronta excavada en negativo en el pavimento de tierra apisonada de la sala, muy esquemática, exactamente igual que los pectorales del tesoro. Es el altar fenicio más grande que se conserva en el Mediterráneo. Tiene casi cuatro metros de largo. En el centro tiene una enorme mancha negra del hogar donde se quemaban las ofrendas. A su alrededor se disponen bancos de barro enlucidos y pintados.
Una singularidad del altar es su connotación astronómica, estudiada por José Luis Escacena. Su eje longitudinal está orientado de forma, que hacia el Este, apunta justo a la salida del Sol del solsticio de verano, mientras que hacia el Oeste mira al ocaso del Sol en el solsticio de invierno. Lo mismo se ha constatado en otro templo fenicio hallado en el Cerro de San Juan de Coria.
El ocaso de invierno es nuestra Navidad, el nacimiento del dios. Y el de verano se celebraba probablemente la fiesta de la resurrección del dios después de haber permanecido dos jornadas muerto. Los Padres de la Iglesia se admiraron al comprobar el parecido extremo entre la teología baálica y las creencias cristianas. Algunos vieron cómo su fe se tambaleaba.
Movimientos solares
La orientación del altar y del templo, sobre todo de la capilla de Baal, garantizaban mediciones precisas de los movimientos solares para establecer el calendario. Fue la parada solsticial del Sol, que durante dos días permanece quieto -sale por el mismo punto del horizonte- para ponerse en movimiento al tercer día, lo que inspiró en las poblaciones semitas antiguas de Siria y Palestina el mito del dios que muere y resucita. La identificación del dios masculino con el disco solar y con el toro eran en realidad símbolos de su omnipotencia.
La capilla de Astarté estuvo siempre en el Carambolo algo más baja que las demás dependencias. Esto era también una metáfora de su advocación como diosa del mundo subterráneo y funerario. En Cádiz, Astarté se adoró también dentro de una cripta o cueva bajo tierra.
La imagen de bronce de la diosa que guarda el Museo Arqueológico de Sevilla no es una estatua de culto, es un exvoto, una ofrenda a la divinidad por parte de dos fieles que habían recibido un favor especial de ella. Los sacerdotes fenicios promovieron el aniconismo, aunque la devoción popular gustaba de las imágenes. Si adoraban algo como el propio dios eran piedras negras (betilos) que en realidad podían ser meteoritos. Lo sabemos por la arqueología y por las imágenes plasmadas en algunas monedas fenicias tardías. Las culturas que identificaron a los dioses con los principales astros de la bóveda celeste visible adoraron muchas veces a los meteoritos como partes del dios llegadas a la Tierra.
Es imposible comprender la fundación de Sevilla sin el Carambolo y viceversa. Sevilla tuvo allí entonces su principal templo, por eso es comprensible que el tesoro resida en Sevilla. La capital y la cornisa del Aljarafe se concebían como un todo. En opinión del profesor Escacena, convendría que los cronistas de Sevilla empiecen a contar con esta historia hasta ahora tan poco explotada y tan mal comprendida, la misma historia que explica que la tradición legendaria de Sevilla tenga a Hércules por fundador, la versión griega del dios masculino de los fenicios.
(Fuente: ABC Sevilla)
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