¡Por fin, un deporte que me gusta!
Nunca fui un niño deportista, ni siquiera en el colegio. Me rompí los ligamentos de un brazo, y estuve explotando el certificado médico que pidió mi madre para que quedara exento de la práctica física hasta el COU. No hace falta decir que tampoco fui practicante de ejercicio regular durante la adolescencia; empecé a fumar Ducados a los 14 años y pensé que no era un vicio compatible con el deporte, un error que descubriría más tarde.
Para mi el deporte era una manera poco elegante de sudar, con poco atractivo para las chicas -el auge que ha cobrado el deporte en nuestros días era inexistente por entonces, los jugadores de fútbol eran personas corrientes, no superhombres como ahora-, que se fijaban más en los chicos insanos que fumábamos o éramos bebedores de cerveza, o tenían motocicleta.
Al llegar a adulto, tampoco me sentí atraído por los sanos hábitos de correr un poco cada día, jugar al fútbol, nadar en la piscina en verano, ni siquiera jugar al billar. Pero un buen día decidí comprarme una bicicleta para desplazarme por la ciudad -mucho antes de que se pensase en carriles-bici-, sorteando coches y autobuses. Entonces empecé a hacer deporte sin querer, y logré una buena musculatura en las piernas. Más tarde, al mudarme a Don Benito, empecé a hacer natación en los veranos y levantamiento de cañas en invierno. Intenté, incluso, incorporarme a mi hermano Javi y a mi amigo Ricardo en sus ejercicios de musculación en el gimnasio del club privado, al que llegaban cada día haciendo “footing” unos 4 o 5 kilómetros. Después de llegar como 15 minutos tarde, pues me perdieron pasando el puente del cementerio mientras yo pensaba que me moría de asfixia, llegué a la sala de pesas y me pusieron a hacer pecho. Yo nunca había cogido una mancuerna ni una barra, ni nada parecido. No me cargaron mucho el peso, para empezar de forma suave. Cuando me desperté el día siguiente no podía ni moverme del dolor que tenía en el torax, así que dejé de acompañarlos al deporte y me centré en salir de noche y emborracharme, algo menos cansado.
Dicen que la práctica del sexo es como un buen hábito, casi un deporte, vamos. De eso no me puedo quejar, he practicado lo que he podido, y mis parejas siempre han sido activas en el momento del acto. Me he movido bastante, pues, y creo que tengo la cadera bastante adaptada al ejercicio regular de la creación del “monstruo de dos espaldas”.
En definitiva, nunca he sido un “sportman”, pero a mis 35 años he descubierto que me fascina la práctica del boxeo, gracias a unas clases que se imparten en el gimnasio que hay cerca de casa de Mati, mi adorable suegra. Estoy disfrutando como un niño, haciendo espejo, saltando comba y aprendiendo los golpes por sus nombres. Espero que continúe en ello por muchos años, y que se convierta en mi afición y deporte favorito. Además, es compatible con seguir fumando y tener barriga, ¿qué más se puede pedir?
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