La privacidad o la muerte social (virtual)
Cada día se hace más evidente que las redes sociales han venido a quedarse. No parece que sean un fenómeno puntual de una determinada etapa de la evolución de la red de redes. Pero no es porque sean útiles para el usuario ni porque fomenten las relaciones humanas, algo más que cuestionable si tenemos en cuenta que el contacto no se produce en persona, sino porque detrás de todo está la mano que todo lo mueve: la del mercado consumista. Tan sólo hay que fijarse detenidamente en la publicidad que aparece en nuestros perfiles en las susodichas redes. ¿Nadie ha reparado en la gran afinidad que existe entre los contenidos de la misma y nuestros gustos personales? Claro que uno elige sus áreas de interés cuando se registra, por lo que podría parecer lógico que nuestra elección sirviera de guía para los maestros del marketing operando en el mundo virtual, pero la cosa va más allá.
La gratuidad de sitios como Facebook está garantizada por la misma razón que no pagamos por ver la televisión, por los anuncios, con la mejora significativa para los publicistas -en el caso de las redes sociales- de poder diseñar contenidos basados en un público determinado según sus preferencias. No sólo Facebook, lo mismo ocurre con buscadores como Google: el famoso rastreador de contenidos va almacenando, a partir del historial de nuestras búsquedas, toda la información necesaria para responder a nuestras pesquisas con más acierto; esto supone, empero una limitación importante para el usuario. Empiezan a aparecer buscadores que facilitan la información sin recopilar antecedentes de uso, como aparecerán redes sociales que sean tan sólo lugares de encuentro, ¿o quizás no?
Muchos argumentan en contra de la creciente mercantilización de internet usando la defensa de la privacidad como base de su alegato de culpabilidad, pero no recuerdan que la red no es más que un espejo del mundo real. Cuando salimos a la calle estamos rodeados de publicidad, en los autobuses, en el metro, en los taxis. Cuando entramos en un bar donde nos conocen, nos sirven sin siquiera pedir nuestra cerveza habitual. En el estanco ya conocen nuestra marca de tabaco, a no ser que seamos fumadores todo-terreno. Hasta a la hora de elegir las semillas para nuestras plantas de marihuana estamos condicionados por marcas diseñadas ex-profeso para satisfacer los paladares más refinados. No podemos caer en el engaño de pensar que internet es un caso aparte de lo que llevamos viviendo casi un siglo como sociedad capitalista. La privacidad es un lujo que sólo pueden permitirse aquellos que pueden comprarla accediendo a contenidos de pago. No se puede esperar ser el único que viste una determinada prenda si se compra en el Zara. A las bodas me remito, por ejemplo, en el caso de las señoras; los hombres pasamos inadvertidos con los sempiternos trajes.
En fin, que el camino está trazado ya por mucho que nos empeñemos en negar la evidencia. Siempre se puede renegar de las redes sociales y del uso de internet, so pena de terminar siendo víctima del aislamiento social virtual, lo que a muchos les parecerá una sandez; lo es sin duda si se tienen los recursos para salir a la calle a hacer vida social. En muchos otros casos, la mayoría diría yo -razón por la cual tiene tanto éxito el ordenador-, es indispensable estar conectado para tener una vida social sana aunque sea de forma virtual.
¿A quién le importa su privacidad en estos tiempos de 'reality shows' después de todo?
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