La inconstancia como origen de frustración
Ser inconstante supone, lo digo para los que no hayan pensado nunca en ello, un cumulo de frustraciones personales de toda índole. No sólo afecta a la posible capacidad creadora del que padece de la enfermedad de los buenos comienzos, también en lo que a relaciones personales se refiere es bastante dañina. Recuerdo que, en mis relaciones con el sexo opuesto, me ha faltado constancia para llevar las mismas a buen puerto, con el consiguiente mosqueo de las víctimas que han tenido que sufrir mis amores y desamores, mis constantes cambios de humor, mis pasiones en flor y su marchitar inesperado. Como afirma mi psiquiatra, todo es consecuencia de mi carácter maniaco-depresivo, sin olvidar que hay un alto componente caprichoso causado por la sobreprotección de mis padres durante mi infancia.
¿Qué le voy a hacer yo si en todos los aspectos de mi vida gobierna el impulso repentino e irreflexivo?
Algunas de las pocas cosas en las que me mantengo firme es en tocar la guitarra, hacer de pintamonas -curiosamente, las mejores historietas que he dibujado son aquellas fruto de la inspiración repentina-, y las mujeres, sin contar con el trabajo, donde manda la obligación y la responsabilidad aprendidas. Sin embargo, en todos esos campos no he llegado a dominar a la perfección dada mi poca capacidad para la perseverancia. No se tocar ni una sola canción entera; ni he dibujado nunca una historieta en un soporte digno, nada de guión previo, bocetos, entintado, principio, nudo y desenlace. Con las mujeres, mejor no hablar: cada día que me despierto, y la veo aún a mi lado, me sorprende lo que está durando esta relación.
Ser un culo de mal asiento no es excusa, pero hace más comprensible mi situación. Me horroriza estar en un mismo lugar mucho tiempo, a excepción de Cádiz intramuros; podría quedarme aquí para siempre, pero creo que es porque en mi fuero interno se que es, en realidad, una isla. La sensación de insularidad ayuda a no intentar escapar del entorno. Es por ello que salgo poco del casco viejo, a no ser en dirección a mi refugio de San Severiano, donde como de maravilla gracias al talento culinario de mi querida suegra, tengo cuñadas guapísimas e inteligentes, y los cafés de la mañana pueden extenderse hasta el mediodía sin estrés ni culpa.
Ser inconstante es duro, aunque no lo parezca...
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