Reflexiones de un gato casero

Maldita sea mi estampa. El gitano que vive con mi ama ha vuelto. Yo creía que lo habrían metido preso ya, pero el otro día se presentó aquí otra vez. Vino apestando a licor café, a zorza -lo se porque conocí a un callejero que vivía de las sobras de un bar gallego-, a tabaco y a mierda humana. Parece un "mardito" roedor, con esas barbas y el pelo largo. Con lo bien que estaba yo solito con el ama, durmiendo calentito todas las noches, siendo objeto de su cariño en exclusiva. Ahora me hace menos caso, pero sigo teniendo mi lugar en el sofá. Gracias al Dios de los gatos por los sofás estrechos, que el muy ganso no cabe con mi menuda dueña. Estoy pensando en cómo cargármelo. No se si echarle una bola de pelos mientras duerme o mearme en su querido computador de mariquita, ese de la manzanita con el bocado, tan de diseño. Lo peor es que, desde que ha vuelto, se empeña en hacerme carantoñas y mohines como un anormal. Uno de estos días que me coja a hombros, como a mi me gusta, le clavaré las uñas en el boquete que le dejó el ama cuando le quitó un pólipo de grasa convencida de que era un grano pustuloso. Si me froto las uñas con lejía igual acabo con él -lo vi en Terminator 2, debe funcionar-, además así nadie sospechará. Pensarán que se ha envenenado de tanto pasar la fregona como una "maruja" neurótica. Me voy, que acaba de bajar de tender la ropa. Y recuerden: boicot a la comida china, que comen gato.