No se puede vivir del amor

Que de amor se pueda morir pero no vivir, dice bastante de la escala de valores de nuestra especie. Yo no cambiaría a la persona que amo ni por todo el oro del mundo, aunque en estos momentos de crisis económica no me vendría mal algo de colorao. Pero, ¿para qué querría yo riquezas de no poder disfrutarlas con la mujer que comparte con gusto mis estrecheces pecuniarias? Porque el amor no es otra cosa que acompañar al otro en el camino arduo de la vida, consciente de lo efímero de esta, destinada a un fin que separará lo que anduvo unido por la Tierra. 

El amor no tiene precio. ¿Quién puede pretender pagar por amor? Se puede pagar por sexo, materialización fisiológica y actividad deportiva de lo ideal de los sentimientos, pero nunca por amor. Si el amor fuese algo tangible, hace tiempo que pagaríamos impuestos por su posesión y/o usufructo. A pesar de los intentos de las sociedades humanas por regularizar las relaciones afectivas, por encerrarlas en límites administrativos, el amor como tal se escapa de definiciones, adjetivos, temporalidades, prohibiciones. 

Hay teorías que definen el amor como una invención para dulcificar y humanizar lo que en la naturaleza es instinto. No entiendo de ciencia, por lo que no puedo opinar, pero estoy seguro de la independencia del amor respecto al sexo. Se puede amar durante años sin sexo, pero no tener sexo durante años sin amor, al menos para alcanzar la placidez de los sentimientos maduros. Enséñenme una pareja, sin entrar en diferencias de orientación sexual, que sigan juntos a los 80 años sólo por compartir fluidos corporales y luego hablamos. Y me refiero a la pareja como unión común de intereses a medio y largo plazo, no me salgan por peteneras. Porque, si el amor verdadero es desinteresado, no es menos cierto que siempre se basa en el interés de cada uno por si mismo; nadie debe creer que estar con una persona sin ser feliz con ella es amor. Eso es una peligrosa desviación de la realidad, fomentada por los anteriormente citados límites artificiales impuestos por la sociedad. Es posible amar a quien no te ama, pero nunca a quien te maltrata o te posee como a un objeto. 

Todo esto, sea dicho, desde mi humilde opinión de pagafantas voluntario: siempre he disfrutado más del amor y los tortuosos caminos que a él llevan que de su materialización, indisolublemente ligada con la construcción de la rutina cotidiana. Para mi, lo mejor es pelar la pava; proceder a su desplumado y guiso me resulta un placer insulso por lo ya conocido del desenlace. Claro que, también he de precisar, soy uno de esos enfermos mentales que prefiere leer calidad a comer cantidad; uno de esos que opta por llenar antes el espíritu que el buche, sin despreciar la buena mesa, pero otorgando a cada cosa su valor según provecho personal. Como dijo mi tocayo Rafael Gómez Ortega “El Gallo”:Hay gente pa tó.

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