Sahara Occidental: vergüenza internacional
No voy a entrar en cavilaciones sobre quién tiene la culpa de lo que está pasando en el Sahara Occidental.
La realidad es que, mientras en las entrañas del desierto existan recursos naturales que explotar, el conflicto seguirá enquistado en el mapa geopolítico del noroeste de África. Los intereses de las empresas concesionarias de la explotación de los fosfatos, el mineral de hierro y los abundantes recursos pesqueros de la costa saharaui, estarán por encima de los derechos humanos de la población autóctona y de la que se ha asentado en el proceso colonizador impulsado por Marruecos.
Además, el apoyo de EE.UU. al régimen alauita forma parte de la política exterior norteamericana desde los orígenes mismos del conflicto del Sahara Occidental, por lo que poco o nada se puede hacer para alcanzar un acuerdo sobre el territorio sin la intervención de los Estados Unidos en pos de una solución satisfactoria para ambos bandos, especialmente improbable desde el cambio global consecuencia del 11 de septiembre de 2001. El posicionamiento marroquí frente a la amenaza islámica radical ha venido marcado por la situación socioeconómica y política del país norteafricano, una dictadura encubierta con oropeles de monarquía aperturista en lo que le conviene al rey Mohamed VI. Los ataques de Casablanca no hicieron más que reforzar la postura oficial y su nadar entre dos aguas, consiguiendo un acuerdo no escrito con las potencias aliadas frente a la amenaza integrista. Es evidente que, para la solución del problema del Sahara Occidental, es imprescindible la transformación del Reino de Marruecos en una democracia efectiva.
España calla y otorga, interpretando el papel de condescendiente vecino europeo ante los ataques constantes de Marruecos a la presencia española en Ceuta y Melilla. Pusilánimes respuestas, tan sólo interrumpidas con el asunto Perejil, ante una situación que se desborda a veces para llenar los titulares de la prensa más conservadora del país. Incomprensible actitud para un país con 600.000 súbditos marroquíes con permiso de residencia asentados en territorio nacional, además golpeado por el terrorismo islamista radical de forma brutal en los ataques del 11-M -según se dice orquestados por el servicio secreto marroquí, en respuesta al mencionado incidente con el islote pedregoso antes mencionado.
La realidad es que existe un país dividido por un enorme muro de la vergüenza, minas terrestres y presencia constante del ejercito marroquí, en el cual los nativos están relegados a un segundo plano y/o exiliados en campos de refugiados en territorio argelino. Generaciones de refugiados, que anhelan volver a una tierra que no conocen más que por su deseo de Patria, demandan una solución. Esperemos que ésta llegue pronto, antes de que la situación llegue a convertirse en uno más de los conflictos que siembran el planeta por un "quítame allá esos recursos naturales"...
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