La gripe, un año más.


Nada, no me escapé de la gripe que, además, este año viene pegando fuerte. He estado cinco días con 38 de fiebre y dolores en todo el cuerpo, como si me hubieran dado una paliza. Al final se me transformó en una bronquitis y los antibióticos que me recetaron hicieron su trabajo contra la infección. Ya sólo me queda acabar con los mocos que me asfixian cuando me despierto en la mañana. Como cada vez que caigo enfermo de las vías respiratorias, dejé de fumar; no porque yo quisiera hacerlo, sino más bien por la necesidad de respirar aire puro entre toses y esputos y la total ausencia de necesidad de nicotina. Así es cómo se que estoy enfermo: cuando no tengo ganas de fumar es que algo va mal.
Ahora que estoy mejor, sigo sin poder fumar, pero porque ahora me sabe a rayos el tabaco. Creo que es porque en los días que tardo en curar, al no fumar, se me limpian los pulmones y dejo de tener la necesidad del cigarrillo. En fin, a ver lo que dura.
El último día que salí a la calle, fui con Gemma a visitar una excavación en el centro de Cádiz. Reparé entonces en una imagen que adornaba, sobre un podio, la esquina de una de las casas: un arcángel San Miguel que, espada en alto, mantiene sometido al maligno, representado como un diablo de faz dolorida bajo los pies del ángel matadragones. Me pregunto si es una imagen para adorar al alado representante de Dios, una representación del triunfo del bien sobre el mal o una reivindicación del pobre diablo, aplastado sin piedad, víctima del abuso de poder.

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