Sigue la guerra contra el tabaco






De cada euro que nos gastamos en tabaco el Estado se lleva 0,80€ en concepto de impuestos. No sería descabellado, haciendo un sencillo cálculo, afirmar que el mayor beneficiado del insano vicio de fumar es el Ministerio de Hacienda. El mismo que, a posteriori, destina parte de estos impuestos a gastos que repercuten, en teoría, en el bienestar de todos los españoles: sanidad, infraestructuras, educación, etc.

¿No sería más sencillo para acabar con el hábito pernicioso de tragar humo declarar ilegal el tabaco? Porque es irónico pensar que las campañas contra el mismo salen de los ingresos obtenidos por el Estado de la venta del demonizado producto. Pero esa medida sería contraproducente, visto lo visto, y no sólo porque entonces los que se llenarían los bolsillos serían los contrabandistas, al igual que sucede con las sustancias ilegales que se consumen habitualmente. También supondría un gasto extra para las arcas del Estado, a sumar a la merma de sus ingresos en concepto de tasas, por el elevado coste que tendría el incremento de efectivos que serían necesarios en la Agencia Tributaria para luchar contra el tráfico de cigarrillos.

Ahora se pretende obligar a los estancos a ocultar su producto estrella. Las cajetillas serán todas de idéntica apariencia. La UE está empeñada en acabar con el tabaco, casualmente cuando son Grecia, Italia y España los principales productores en Europa. ¿Harían lo mismo de ser un producto mayormente proveniente de los campos de Francia, Inglaterra o Alemania?

No pretendo justificar con estas líneas el consumo de tabaco. Me parece muy bien que se intente reducir el consumo de una sustancia perjudicial, pero me parece hipócrita hacerlo mientras con la otra mano se pone el cazo. Fumar es una droga de las más adictivas porque se inserta en la rutina cotidiana de quien cae en su trampa, es una droga social como el alcohol. Para dejarlo hay que modificar las costumbres adquiridas, cambiar de ambientes, no alternar con fumadores, etc. Requiere de una gran fuerza de voluntad. Por mucho que nos enseñen fotografías de tumores, fetos deformes, espermatozoides cobardes, los fumadores no nos damos por aludidos; pensamos que no nos va a pasar a nosotros. No se si será cosa de la nicotina o de cualquiera de los nocivos productos que se le añaden al tabaco, pero a veces no es malo obtener un poco de esa confianza en uno mismo a través de unas caladas, sobre todo en los tiempos que corren. 

Nadie obliga a nadie a fumar, ni a entrar en un estanco. No te echan un cigarro en la coca cola cuando estás distraído en la discoteca para engancharte. Es una opción personal, estúpida pero personal, como en mi opinión también lo es casarse o tener hijos por voluntad propia y no de penalti. Para gustos, los colores. Yo al menos intento no fumar donde se que puedo molestar a quienes no comparten mi gusto por el humo, cosa que no hacen muchos padres dejando sueltos y sin bozal a los cafres que han parido. Supongo que no se puede generalizar, ¿verdad? Pues lo mismo pasa con los fumadores: no todos somos iguales ni fumamos por las mismas razones. 

En definitiva, lo que yo propondría es, como ya mencioné, que se prohiba el tabaco y punto. No se si serviría de algo, pero al menos tendríamos programas de la Sanidad Pública para enganchados al vicio del pitillo y seríamos unos marginales de la vida a tiempo completo. 

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