Vuelta a la normalidad
Después de más de un lustro con medicación, en mayor o menor dosis según el estado anímico y prescripción facultativa, hoy he dormido toda la noche sin el residual vestigio -cuarto de comprimido de Orfidal- de la misma.
Vuelvo a ser oficialmente el mismo que era antes de caer en las redes de la depresión, aunque espero que habiendo aprendido en el terreno emocional aquellas habilidades que son imprescindibles para continuar adelante sin volver a visitar la consulta del psiquiatra. Creo que ahora soy más capaz de controlar mi carácter nervioso y acelerado, sin haber perdido la capacidad de razonar de continuo y ser consciente a la vez de la futilidad de dicha actividad cerebral.
Es más que acertada la aseveración de que la ignorancia da la felicidad, pero no está en mi forma de ser el dejar que la vida transcurra a mi alrededor sin que sea sometida al escrutinio del pensamiento y el análisis. No se si echar la culpa a la lectura, verdadero quebradero de cabeza para mi intelecto al más puro estilo quijotesco, o a las enseñanzas de aquel profesor de Historia Contemporánea de me enseñó a cuestionar por sistema todas las ideas, enfrentándolas a sus antítesis para intentar alcanzar la síntesis; la dialéctica hegeliana aplicada al día a día termina por dejar una sensación de frustración sólo comparable a la pérdida de la fe. La consecuencia directa de esta falta de compromiso con cualquier postura ideológica, moral, religiosa, artística, no es otra que la destrucción sistemática de los cimientos sobre los que se asienta la firme educación judeocristiana hasta que se encuentra el sustrato original e inalterado de la conciencia.
No debo olvidar que los daños colaterales de este enfrentamiento interior han sido más que importantes: la negación de la parte heredada de la personalidad -yo soy un ente diferente de aquellos que me precedieron hasta este punto de la evolución de mi ADN y como tal debo comportarme ajeno a su influencia inconsciente-, tan importante según las ideas de la psicogenealogía de Jodorowsky (1); si bien es un logro más que un daño, el factor determinante para concebirlo como esto último es la ruptura de los vínculos afectivos con el entorno familiar, siempre desde el punto de vista occidental de la familia como piedra angular de la civilización occidental.
Lo siguiente, por ende, es la negación de cualquier tipo de vínculo afectivo que no esté basado en una determinación lógica y racional. Afecta directamente a la vida diaria y a la forma en la que me relaciono con los demás. Esto está por definir porque, en las actuales circunstancias de tiempo y espacio, no puedo escoger libremente. La sociedad de bienestar, concebida a mi parecer como la gracia cotidiana de poder alimentar y cobijar el cuerpo prácticamente como una garantía, exige pagar un precio: la rendición de tributos en forma de trabajo, cumplimiento de obligaciones sociales, profesionales, etc.
Podría extenderme en la descripción de esta novedosa existencia, pero temo convertir esta simple entrada de blog en un canto proselitista a mis nuevos postulados existenciales. No pretendo tal cosa, ya que algo fundamental en estos es la autodeterminación de cada individuo en todas sus facetas. Además, siempre sembraría la duda en mis escasos lectores sobre la conveniencia o no de proseguir el tratamiento médico ya finitto.
1. La psicogenealogía parte de la premisa de que determinados comportamientos inconscientes se transmiten de generación en generación e impiden al sujeto autorrealizarse, por lo que para que un individuo tome consciencia de ellos y se pueda desvincular de los mismos es necesario que estudie su árbol genealógico.
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