Perorata de domingo tarde.
La esencia de la política es la oligarquía y, lo mismo que el resto de las cosas positivas de este mundo, la oligarquía hay que ponerla en práctica con sumo cuidado, con prudencia, con calma y corrección. Todo político es un oligarca más o menos disimulado; pero como en este mundo cada día hay más moral, es decir, más racionalismo y más matemáticas..., los métodos oligárquicos hay que atribuirlos siempre al adversario. El embate antioligárquico forma parte de las formas más elementales de la lucha política habitual.
Josep Pla
Madrid, el advenimiento de la República (1933)
Desde que comenzó el movimiento 15-M se puso de manifiesto la unión de los presuntos demócratas que nos gobiernan. Habría que remontarse al fallido golpe de estado del 23-F para ver tamaña cohesión en las filas políticas frente al ataque frontal de los indignados. Salvo algunas manifestaciones puntuales de miembros de la izquierda aún dogmática, si bien también metidos de lleno en el sistema que se critica desde las plazas públicas, no ha habido demasiado respaldo por parte de la clase política a este movimiento ciudadano. No podía esperarse menos de quienes ostentan el poder gracias a una cábala con el número de votos que aleja con cada jornada electoral la democracia existente en este país de la real. Una democracia asentada sobre la base de aceptar el menor de los males, de la asunción sumisa de preceptos inamovibles que evitarían el temido fantasma del enfrentamiento civil en un país sometido a una férrea dictadura durante cuarenta años; el acatamiento popular de un sistema ideado en los sótanos del poder franquista, con la colaboración inestimable de un aspirante a monarca que había pasado por el aro del Movimiento Nacional en su búsqueda de la corona española.
La democracia aceptada por la mayoría de los españoles, súbditos que no ciudadanos, con plena aceptación de su condición imperfecta se consolida con cada capítulo electoral. El turnismo político, reconocido como inevitable ante el hastío generalizado de una población que carece de formación democrática, se adueñó de la sociedad desde el mismo momento en el que se dio por válida una formula constitucional que da por sentada la inviolabilidad de la Corona como institución garante de la paz. La sumisión a una desigualdad manifiesta entre el vulgo y los herederos "históricos" del Estado español, la aceptación de la continuidad del espíritu contrarreformista en lo religioso; el papel de salvapatrias asumido por la jesuítica derecha española frente al carácter presuntamente reformista de la izquierda moderada, copia del modelo inglés o norteamericano, con los dos partidos sumidos en una dialéctica vaga e imprecisa que necesariamente lleva al consenso con los verdaderos dueños del poder, la banca y las multinacionales empresariales. El sistema se ha montado pieza a pieza para encajar en un bonito escaparate de libertades individuales que, en realidad, han privado al español medio de su capacidad de elección. Disfrazando la realidad con bonitos ropajes institucionales: inacabables opciones de acudir a tribunales y defensores del pueblo para dirimir cuitas, una multitud de medios de comunicación amordazados por sus respectivos intereses económicos -todo el que pueda pagar tiene una opinión propia que dar acerca de los problemas del país- que, como sabemos, carecen de ideología más allá del beneficio; una apertura al exterior que tiende a recordarnos que siempre podríamos estar peor, que no hay nada como España para vivir, aunque sea cambiando estabilidad emocional por cañas, playa y fútbol. La integración dentro de los organismos internacionales nos ha convertido en europeos casi por ensalmo. Lo que no consiguieron siglos de tímidos intentos de modernización por parte de nuestros reyes extranjeros, ávidos por demostrar en las reuniones familiares que habíamos dejado atrás el atraso y oscurantismo de nuestra Edad Media, lo han logrado la Unión Europea y la OTAN, al precio de vender nuestra identidad a cambio de modernidad "occidental". Caímos en la trampa de los países del norte de Europa de creernos inferiores por pertenecer al ámbito mediterráneo, por nuestro histórico temor de hidalgos a ser confundidos con conversos, sea descendientes de moriscos o judíos; gracias a la ocultación y manipulación perversa de la historia, dejamos atrás la evidencia de haber sido cuna del Occidente, mientras en los países más septentrionales se escondían en cuevas por temor al sol, a cambio de abrazar la conmiseración de nuestros vecinos transpirenaicos.
Ahora que se empiezan a levantar los campamentos, una vez asumida la realidad de una sociedad apática en lo político que no tolera el desorden, más allá de lo momentáneamente pintoresco, una sociedad en su mayoría más preocupada por las vacaciones de verano que por una crisis económica aún de incierta recuperación, es momento de reflexionar y plantearse la conveniencia de cambiar de estrategia. Hay unas elecciones en el horizonte en las cuales se puede participar a través de las formulas establecidas en el sistema, malo o bueno, pero sistema al fin y al cabo. Estoy seguro de que no tendrán tiempo de cambiar el procedimiento para impedir que se consiga la representación necesaria en la política nacional de quienes quieran seguir luchando por sus ideas de cambio. Si los jóvenes no aprovechan esta coyuntura para intentar alcanzar siquiera la posibilidad de demostrar que otra forma de hacer política es posible, tendremos que esperar muchos años para que una situación similar vuelva a darse. No esperéis ayuda de los que han prosperado en el sistema, de los que han tenido que luchar solos contra el mundo para salir adelante -la supervivencia requiere de altas dosis de egoísmo individualista- en un mundo injusto. No confiéis en nadie que tenga algo que perder o ganar con un cambio. Y no olvidéis adquirir todos los conocimientos posibles para tener un pensamiento crítico, libre, e independiente.
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