Rollo Tomasi

En este país de costumbres seculares somos muy de echar balones fuera, especialmente en épocas de crisis del sistema. Al igual que el personaje inventado por Exley -uno de los protagonistas de L.A. Confidential- para dotar de personalidad al que se sale siempre con la suya, en los límites del ruedo ibérico también hemos tenido nuestros Rollo Tomasi. Ya se tratase de minorías religiosas, como la judía; grupos étnicos viviendo fuera de las normas establecidas, como es el caso de los gitanos itinerantes; herejes de diverso pelaje, brujas, rojos, o anarquistas, siempre ha habido un culpable para las desgracias padecidas por el común de la ciudadanía. El pueblo iletrado y domesticado por años de servilismo cortesano, caciquismo y religiosidad borreguil, siempre ha estado dispuesto a perseguir a muerte a los que el dedo acusador de las élites dominantes apuntaban como causantes de los males endémicos de esta tierra. Las hogueras, alimentadas con la carne de los diferentes, servían de bálsamo purificador de los pecados terrenales de un país elegido por Dios para dirigir la espiritualidad de Occidente, ante la complacencia de reyes y obispos que, con cada acto de fe o matanza genocida, veían aumentado su poder sobre la conciencia colectiva. 

Una vez alcanzado el nivel de desarrollo social en el cual la burguesía se adueña del papel mediador entre las élites gobernantes y el pueblo llano, el papel de policía y juez recae sobre los hombros de los advenedizos de la nueva clase. Cualquier intento de desafiar el sistema impuesto por Dios y por la Historia, nueva ciencia que avala con sus textos las bondades de lo establecido, lo tradicional, lo escrito, es sofocado mediante la creación de supuestas nuevas libertades que no son sino engaños para liberar presión. Se da a entender que cualquiera puede llegar a ser libre por medio de la educación, pero siempre dentro de las estrictas reglas del academicismo y las buenas costumbres. La ciencia se ve entorpecida de continuo por las viejas ideas del pensamiento nacional-católico. La política se rinde a la evidencia de ser un juego en el cual se apuestan los privilegios de clase al mejor postor económico. Cualquiera que osa levantar su voz contra el sistema es tachado de inmediato de revolucionario, de ser amigo de potencias extranjeras, de ser contrario a la esencia misma de la nación española -invento para unificar impuestos y siervos bajo una misma bandera.

Ahora también tenemos enemigos ficticios, como la corrupción, ese monstruo sin rostro que nos torpedea la  democracia. Los nombres que salen a la luz son de afectados por esa enfermedad que insisten en desvincular del sistema, como si se tratase de casos aislados, de manzanas podridas que hay que sacar del cesto para evitar el contagio; mientras la verdad es que la corrupción es el aceite que engrasa los engranajes de la política, la economía, la sociedad, de un Estado súbdito de sus deudas con la Historia.

Nadie se atreve a desmentir las afirmaciones que los supuestos estudiosos vierten en los panfletos y libelos que se esconden tras el eufemismo "medios de comunicación". Cualquier intento de desvelar la verdad es, o asimilado de forma caníbal por el sistema para convertirse en entretenimiento de minorías pseudo-intelectuales, o bien destruido por una batería de mentiras basadas en el ordenamiento jurídico nacional o internacional. Se vuelve al maniqueísmo del argumento de la defensa del bien común, mientras el pueblo muere de hambre de pan y justicia. Grandes instituciones velan por la defensa del interés de la humanidad, mientras ésta se hacina en poblados de chabolas, campos de refugiados, barrios marginales, alimentados sus sueños con telenovelas en las que todo es posible: salir de la pobreza al volante de un flamante deportivo, hacer un buen casamiento con un alto ejecutivo, triunfar haciendo de bufón cantarín para los peces gordos; dando patadas a un balón, o chupando pollas de alto standing para contarlo luego en la TV.

Y siempre hay un enemigo contra el que luchar, contra el que mandar tropas formadas por los hijos de la plebe. Todo antes que reconocer que el enemigo es el propio sistema, anquilosado tras siglos de rodaje imperfecto, caduco como las hojas del árbol del Bien y del Mal.


  

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