Guerra nueva, motivos viejos

Lo de Libia y Gadafi resultaría cómico si no fuera porque detrás del caso hay sepultadas miles de personas muertas. Desde los años 70 hasta el levantamiento de los embargos contra el régimen libio en 2003, Gadafi era muy malo, malísimo, para Occidente. Recordemos que Libia llegó a ser bombardeada por EE.UU. bajo la acusación de dar cobijo al terrorismo internacional. Desde 2003, el dirigente libio empezó una política de acercamiento y buena voluntad con los países occidentales. Todos le daban la manita y le reían las gracias, como cuando acampaba en sus jaimas en las visitas a los mandatarios de los estados que ahora se alian para volver a bombardear suelo libio. Entonces era bueno, o al menos se le toleraba su condición de dictador perpetuo, al igual que pasó en España tras con el régimen de Franco con la Guerra fría y la política de bloques. La máxima de tener un hijo de puta marioneta de los intereses de Occidente lleva desde la desaparición del colonialismo dando excelentes resultados a las antiguas metropólis como Francia o Inglaterra. No es sólo el caso de Libia, Túnez, Marruecos, Egipto; en la gran mayoría de países subdesarrollados existen dictadores que actuan como grandes ejecutivos para las multinacionales occidentales -últimamente también China se ha apuntado al carro en África, en busca de materias primas para su economía en expansión.

Ahora, tras las revueltas en los países árabes, unas con mejores resultados para el pueblo que otras, Gadafi vuelve a ser malo. No es cuestión de ayudar a los rebeldes, sino de no permitir al dictador que vuelva a tomar el poder. Sería bastante incomodo para las potencias occidentales tener que volver a besar el culo de Gadafi después de tomar posiciones, supongo que tras los sesudos estudios de campo de los servicios de inteligencia, a favor de la rebelión popular. 

Ni cortos ni perezosos, ahí van todos a tirar misiles y bombas sobre suelo Libio, con la excusa de mediar en el conflicto por el bien común. Incluso el presidente español se apunta al carro amparado en la existencia de una resolución de las Naciones Unidas, ese ente creado a partir de la Sociedad de Naciones de 1919, como si la citada concordancia de opiniones en el hemiciclo neoyorkino fuera garantía de algo frente a los daños colaterales que causará la intervención militar de la OTAN.

Algo huele a podrido en Occidente. Demasiados muertos por causa de factores económicos, por mucho que pretendan eufemísticamente ocultar la verdad tras bellas intenciones de socorro a los pueblos que ansian democracia, especialmente cuando el sistema adolece de taras sistemáticas en el seno de la civilización occidental.

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