La entrada del verano



Los políticos se van de vacaciones. Llevar el país a la ruina económica debe ser cansado de cojones, porque no se pierden una, ni siquiera cuando las cifras del paro son para asustarse. Pero, tranquilos, que ZP no tomará vacaciones; permanecerá al timón de esta barca a la deriva que es España. Rajoy ha comunicado a sus amigos -a través de un vídeo en el Facebook- que se va de vacaciones para volver en septiembre con ánimos renovados y así volver al "cole" lleno de energía y con más (¿?) ideas (¿?)  para no compartir con el gobierno, como siempre. ¿Para qué le sirve a este hombre saber cómo acabar con la situación económica actual, si no comparte su sabiduría con los demás? Como espere a llegar al gobierno para poner en práctica sus reformas, se va a encontrar con un país para tirar abajo y construir de nueva planta.

Los padres de la patria -antes de hacer las maletas con el flotador de pato, la esterilla y la sombrilla de Louis Vuitton- nos han dejado reformas para el mercado laboral, aprovechando el revuelo que se ha montado con lo de los toros en Cataluña. Es lo mejor que se puede hacer antes de salir de casa, echar la cagada para que no te coja por el camino. Mientras, los sindicatos deben de estar pensando en que se han quedado cortos con el día de huelga general programado para el 29 de septiembre, o quizás en que deberían haberlo pospuesto aún más, por si vienen más reformas de las que quejarse.

Nadie se acuerda ahora de los parados, de los despidos masivos, de las quiebras de empresas, de la corrupción nacional y extranjera. Las vacaciones son para descansar, claro. Lo que se echa de menos es a Ramón García y sus vaquillas del estío, aunque supongo que ya, siendo tema polémico, habrán descartado el Gran Prix del verano como herramienta de alienación masiva.

Yo, por mi parte, dado que no tengo redaños, ni edad ya, ni tiempo, para echarme al monte, me quedo trabajando en agosto para ayudar a levantar el país. Al menos tengo jornada intensiva y podré disfrutar de la playa por las tardes. Disfrutaré cual Gustav Aschenbach de las puestas de sol que, tras el Castillo de San Sebastián, se oculta en el Atlántico. Sin dejar de mirar de reojo a toda aquella mujer que pase por mi campo visual. 


Todavía quedamos pervertidos, gracias al Diablo...







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