La Velada


Huele a linimento en todo el vestuario. El público jalea a los púgiles de la pelea previa a la nuestra, y digo nuestra porque todos los que estamos allí, en aquel cuarto con paredes de azulejos blancos, sabemos que nos jugamos mucho, aunque sea el boxeador el que va a dar y recibir. Oímos el "gong" de la campana del último asalto. Ya pronto nos tocará salir. Nuestro chico está en forma, aunque viene tocado por un catarro traidor, afronta su momento con aplomo y determinación. El entrenador sabe que este es también su momento, la oportunidad de demostrar al mundillo del boxeo amateur que su forma de preparar a los muchachos es la más acertada: ha sido duro pero flexible, disciplinado y técnico; estricto pero también afable. Ha enseñado a boxear al chico como si fuera carne de su carne y sangre de su sangre. En este momento que tanto ha esperado, siente que todo confluye en este espacio-tiempo, en un ring universal y único. Se siente responsable ante los padres del chico, que han venido a apoyar a su vástago en esta hora tan importante; también ante la larga tradición de boxeadores gaditanos que hicieron grande este deporte único, herederos de los púgiles que hace siglos entretenían ya en el anfiteatro romano a los espectadores de la milenaria Gades.



El combate previo ha terminado. Toca salir al cuadrilátero. Allá vamos: boxeador, entrenador y ayudante, todos como uno sólo. Sube nuestro chico a la lona. Está majestuoso y elegante, de tal manera que haría las delicias del Marqués de Queensberry, con  gran aplomo y decisión. Vuelve a ser cierto que el boxeo es un deporte de caballeros. Últimos consejos y "segundos" fuera.
Comienza el combate. El boxeador se mueve con soltura, tanteando a su oponente, calculando la distancia. Suelta manos pero aún se retiene, en espera de contraataque  para determinar cómo y dónde debe golpear. Recibe una serie que no llega a hacerle daño, pero que le marca el camino. Se lanza como una serpiente, puños sibilantes cortan el aire y hacen impacto en el cuerpo del contrario, que ahora sabe cómo duelen unos guantes adiestrados para ser instrumentos de victoria. 

"Fly like a butterfly, sting like a bee"


El tiempo pasa como si fuera montado en una motocicleta de gran cilindrada. Desde el rincón, el entrenador recibe los golpes como su pupilo y le lanza consejos, como si fuese él mismo el que está en el ring. El ayudante mira el combate ensimismado, probablemente dando gracias a Dios por haberlo hecho torpe para los guantes y demasiado viejo para competir. 

La multitud grita y se entusiasma por la calidad del combate. Técnica y valor se dan la mano para recitar versos de "sweet science", arte del pugilato, boxeo en estado puro.

Acaba la pelea. No hay lugar a dudas: nuestro chico es el ganador del combate. La Diosa Némesis, protectora de los antiguos gladiadores, ha tocado el brazo de nuestro boxeador y le ha dado la fuerza de los héroes mitológicos para alcanzar la victoria. 

Libaciones y ofrendas para los dioses benefactores del gimnasium Gades. 


Reparto:

Juan Manuel Torres: Púgil victorioso.

Javier Heredia: Campeón de entrenadores, Entrenador de campeones.

Estrellas invitadas: El generoso público que nos acompañó a Ubrique, a pesar de lo inclemente del tiempo, así como los clubs y sus boxeadores que participaron en la velada. Gracias a todos.

Y ahora, un chiste para terminar este post tan serio:

-¿Cómo se llama un mal boxeador en japones?
-Tokiski Mekaska.

 

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