El binomio de la mañana
Cada mañana intento comenzar el día sin el binomio constante que forman café y cigarrillo. El problema es que a ese par de elementos hay que añadirles el factor ansiedad. No es fácil hacerse con el control de la situación. Si despierto medianamente relajado, lo mismo me puedo permitir el lujo de cambiar café por infusión, sentarme en el sillón en lugar de hacerlo en la silla del estudio, frente al ordenador, y beber la infusión mientras practico ejercicios de relajación. Primer paso para retrasar el primer cigarrillo del día.
Según avanza la mañana, según voy desarrollando mi trabajo, y siempre dependiendo del día que haya amanecido -si es un día gris y lluvioso, de esos tan comunes aquí, es bastante más difícil-, puedo controlar mejor o peor la ansiedad y alcanzar o no la mitad de la jornada laboral sin haber fumado. Como salgo a darme un paseo de una hora, el ejercicio moderado ayuda a mantener la distancia con el humo.
La segunda parte del día, tras un ligero almuerzo, es igual de dificultosa, porque siempre me ha gustado tomar un café de sobremesa. Si quiero evitar el cigarrillo que siempre está al acecho, de nuevo debo cambiar café por infusión y practicar algo de meditación. Si tengo suficiente carga de trabajo para estar distraído, puedo llegar al final de día sin haberme liado ni un cigarrillo.
La última vez que dejé de fumar no me costó demasiado. Las primeras semanas, me molestaba incluso no notar ninguno de los signos típicos del síndrome de abstinencia del tabaco, me sentía abandonado por el vicio que había alimentado durante años. Cuando pude notar que no carraspeaba, que mi olfato mejoraba, que tenía mucho más apetito, me sentí contento conmigo mismo. Creo que el secreto es no pensar en dejar el tabaco, sino pensar que no voy a fumar ese día en particular, plantearse una meta no más allá de las veinticuatro horas -en realidad, apenas doce si quitamos las horas de sueño. El problema que he encontrado con este planteamiento es que, igual que un día sin fumar puede contarse como una victoria, el día que fumas no puedes considerarlo una derrota, es más bien una recaída temporal.
Los que nunca han fumado piensan que es un vicio asqueroso que consiste en llenarse los pulmones de veneno. Puede que no les falte razón, pero ya nos llenamos los pulmones de veneno a diario con tan sólo respirar el aire viciado de cualquier ciudad media. Puede ser uno de los argumentos que mi mente de fumador esgrime para justificarse, pero no deja de ser cierto que la mala calidad del aire está detrás de muchas de las cada día más frecuentes afecciones respiratorias en la población. Se de buena tinta que fumar mata: tarde o temprano se pagan todos esos momentos que los fumadores creemos de placer inigualable cuando echamos un cigarrillo. Esa es la verdadera raíz de la adicción al tabaco: su estrecha relación con momentos que recordamos como satisfactorios. Si cada vez que estirara la mano para abrir la caja del tabaco y liarme un cigarrillo, mi mente lo relacionara con algo malo, estoy seguro que al poco dejaría de hacerlo. De hecho, creo que así es como funciona esa pastilla que recetan ahora en España para dejar de fumar, pero prefiero intentarlo sin ayuda. Día a día, vivir con la sensación de desasosiego que produce la falta del hábito -porque está científicamente demostrado que el enganche a la nicotina desaparece a los tres días de haber fumado el último cigarrillo-, habituarse a ella como me he habituado a los síntomas de la ansiedad. Cuando comprendes que no pueden hacerte daño, que todos esos malestares están en tu mente, que terminan pasando, es cuando puedes mantenerlos a raya.
Hoy lo he intentado. Me levanté con el propósito de no fumar, pero fallé estrepitosamente. Me serví un café para escribir estas líneas y no pude controlar las ganas de liarme un cigarrillo. Mañana será otro día.
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