Lo de menos es la crisis económica

Puede parecer que me van bien las cosas por el título de esta entrada, pero nada más alejado de la realidad. También estoy sobreviviendo a duras penas a esta lección de quién es quién que nos está dando el sistema. Me cuesta llegar a fin de mes y todavía no se si llegaré a la salida de esta crisis, que los expertos (los mismos que no supieron predecir su comienzo, por cierto) auguran para 2018, como usufructuario de la vivienda que me compró el banco o como desahuciado. 

No soy el único, lamentablemente, que pensó que era mejor meterse en comprar vivienda que seguir pagando un alquiler. Todavía me escuece pensar en lo ingenuo de mi planteamiento, sobre todo a sabiendas de pertenecer a un colectivo profesional tendente a sufrir paro endémico. Caí en la trampa más vieja del mundo, en el complot del sistema económico vigente desde hace siglos, que consiste en hacer de las clases medias eternos aspirantes a pudientes mediante el consumo y adquisición de posesiones materiales que, la mayoría de ocasiones, no son más que superfluas necesidades inducidas por los mercados. 

Ha sido una maniobra perfecta, hay que reconocer, para convertirnos en peleles del poder: la mayor preocupación de un españolito medio es ahora sobrevivir, con lo que nos han convertido en sujetos manejables y dóciles para sus manejos. Al menos tenemos Twitter para ir echando  la mala sangre, aunque no deja de parecerme paradójico que usemos para ello una herramienta creada para mayor gloria del sistema. Me explico: para usar Twitter es necesario disponer de acceso a internet, de un ordenador o teléfono móvil ad hoc. Para que funcione cualquiera de esas formas de acceder a Twitter es necesario pagar la factura de la electricidad. La demanda de suministro será exponencial según vaya extendiéndose esta peste que es la tecnología ergo, según las leyes del mercado, iremos pagando más y más por disponer de este servicio. 

Llegados a este punto, es bastante difícil prescindir de suministro eléctrico en cualquier hogar. Lo he estudiado detenidamente. He pensado en volver a las velas para iluminar mis noches, por cierto mucho más cortas al tener que adaptarme al ciclo de luz solar. No hay problema, puedo hacerlo aunque me quede ciego leyendo a la tenue luz de un cabo. El problema viene cuando tengo que prescindir de frigorífico (se que los hay de gas, pero no voy a saltar de las brasas al fuego), de lavadora, de calentador de agua, de cocina, etc. Examinadas las posibilidades, mi casa se convierte en una mera cueva artificial con dirección postal e IBI, volviendo al siglo XVIII. Podría usar una barbacoa para cocinar en la terraza de la cocina, pero tendría que comprar la comida a diario para evitar que se estropease al carecer de alternativas a la nevera. Tampoco es fácil cortar toda ligazón con el mundo: podría sobrevivir sin TV, de hecho paso más tiempo leyendo, pero necesito el ordenador para el trabajo... Podría seguir, pero creo que ya está claro lo que quiero decir. Somos esclavos de nuestra época de avances tecnológicos.

O sea que tenemos que afrontar tanto el gasto mensual de una hipoteca como los suministros necesarios para hacer del hogar un ídem contemporáneo. El resultado es que trabajamos para pagar recibos y, los más afortunados, también para darse un homenaje de vez en cuando con los placeres artificiales del consumo. Se parece mucho a la esclavitud, sólo que en este caso nos pagamos la comida y el techo. Visto lo visto, no parece que quede mucho tiempo para crearse un pensamiento crítico. 

Tampoco existe, al menos para mi, la opción de coger el petate y escapar a lugares más benignos con la plebe (donde dejan que te drogues para olvidar que todo es una mierda sin pasar por Salud Mental), ya que me sumergí en el baño de mierda hasta la coronilla, incluyendo avalista en mi hipoteca. Tener un hijo en edad universitaria tampoco es un aliciente para escapar, aunque creo que ya tiene edad para buscarse la vida; aún me resisto a dejarlo en manos de estos hijos de puta sin tener la certeza de que haya aprendido la lección y nunca repita mis errores (claro que, si está estudiando en la universidad y  no vendiendo drogas, es que no ha aprendido demasiado).


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