Hasta pronto, Sharon.

Cuando conocí a Sharon tuve claro que aquella menuda chica proveniente de Malta iba a conseguir cumplir sus sueños. Su madre, Edwige, la acompañaba en esa ocasión y aprovechamos para pasear por Sevilla. Conservo una fotografía en la que, ajenos a los años transcurridos, atrapados siempre jóvenes en el papel fotográfico, los dos posamos para Edwige delante de la fuente del Hospital de la Caridad.

Eran tiempos de ilusiones y proyectos para ambos. Ella demostró tener la tenacidad y capacidad de trabajo que la llevaría a hacer realidad su afán de ser bailaora y hacerse un hueco en el mundo del flamenco. Yo dejé de soñar y me dejé llevar por la vida sin rumbo fijo, dando bandazos, equivocándome a cada decisión. Por eso siempre que nos veíamos, menos de lo que me hubiera gustado, me animaba a centrarme y perseguir mis anhelos, a pesar de las dificultades y encontronazos que la vida pudiera depararme. 

Cuando esta mañana me he enterado de su fallecimiento algo se me ha muerto en el alma. He sentido rabia por estar vivo cuando en realidad no tengo nada que aportar a este mundo. ¿Por qué Dios se lleva a las personas que saben vivir y que aprovechan su vida para llenar las de los demás y, sin embargo, deja aquí a los que estamos sólo para hacer bulto?

La vida es injusta y terrible. Descansa en paz, Sharon, y hasta pronto.

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