Corrupción

La corrupción está de moda. Todo el mundo anda alborotado por las evidencias de la podredumbre del sistema. Curiosamente nadie se escandalizó mientras la situación económica era boyante (un espejismo temporal, como se ha comprobado), cuando era de dominio público cómo se conseguían los contratos con el estado para la construcción de infraestructuras; se de constructores que participaban de concursos  y licitaciones a sabiendas de no ser elegidos porque ese año le tocaba a otro. Cómplices de un fraude no menos grave por la creación de empleo que generaba.

El reparto-saqueo de los fondos europeos se efectuó por todo el territorio nacional sin ningún rubor: la presentación de proyectos con fines de regeneración medioambiental o de puesta en valor de Patrimonio Cultural, una vez concedidos, servían como excusa para contratar en escuelas taller o planes de empleo a familiares y allegados de los caciques locales. Lo de menos era el Medio Ambiente o la Cultura, lo importante era el dinero que, pensábamos iba a estar ahí siempre, fluía alegremente de la fuente magnánima de la Unión Europea.

También es corrupción colocar a dedo al personal de las empresas públicas, engordar las cuentas de gasto público con nóminas de estómagos agradecidos. Crear organismos paralelos a los de la administración para desviar fondos y distribuirlos arbitrariamente también es corrupción. Enviar las respuestas de los exámenes de oposiciones a familiares, amigos, simpatizantes de los partidos en el poder, también es corrupción, por mucho que sea imposible de demostrar. Hay quién hizo de la misma un arte, como lo demuestran las sagas familiares de políticos enquistadas en todas las listas electorales: a  parlamentos autonómicos, a parlamento europeo, al congreso, a las corporaciones locales, etc. Pero todo se hace con la complicidad del afortunado ganador de una de estas prebendas que pronto empieza a crear su propio sistema de clientelismo. La corrupción se ramifica hasta llegar a los estratos inferiores de la sociedad, la contamina privándola de cualquier capacidad crítica ante lo que acontece, a cambio de limosna en forma de puesto de trabajo en cualquier empresa gracias a los contactos.

Los sindicatos mayoritarios participan del juego, no en vano se acomodaron a las nuevas reglas una vez obtuvieron lo que querían: participar del reparto de poderes en la nueva estructura del estado democrático. Formación, seguridad e higiene en e trabajo, defensa de los intereses de los afiliados con la boca pequeña, negociaciones con la patronal sin luz ni taquígrafos, fundaciones y demás instrumentos de enriquecimiento sindical.

Siempre ha habido corrupción, antes de la dictadura, durante la misma y después de ella, pero ese es el problema de este país, que terminamos aceptando como algo inevitable un sistema que ha funcionado durante siglos anclando el progreso de nuestra sociedad. Para cambiar el sistema hay que desmontarlo de arriba a abajo, para comenzar de nuevo en base a un concepto más igualitario del reparto de la riqueza, los derechos fundamentales y la felicidad del ciudadano. Pero eso es una utopía. Seguiremos esperando a que la cosa vuelva a mejorar para seguir participando de la corrupción, en la esperanza nacional de ser, esta vez, tocados por su mano. 

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