El malo soy yo...
He sido de los educados en el respeto a la Ley y la Autoridad. Desde pequeño tuve que aceptar la posibilidad de recibir algún que otro capón de cualquier adulto que decidiese, según su criterio de persona mayor que yo, que lo merecía por estar perpetrando una trastada. La segunda parte de esa tradición no escrita era la de volver a recibir por parte de mis progenitores en el caso de que tal suceso punitivo llegara a sus oídos. El 'honrarás a tu padre y a tu madre' llevado a rajatabla, y no tanto por miedo como por respeto. Siempre tuve claro que los adultos ostentaban el imperio de la razón por la experiencia de más que atesoraban respecto a mi ignorancia como tierno infante. No creo recordar haber espetado a mis padres, al menos hasta que llego la democracia, eso de 'no hay derecho'. Respeté sus decisiones hasta casi la mayoría de edad: yo era de los que, hasta los 17 bien cumplidos, volvían a casa los sábados a las 10:30 en el autobús, dando vueltas en la boca a un puñado de caramelos de menta para disimular el olor a tabaco y alcohol. Hasta ese punto era yo inocente por aquel entonces.
Salvo el clásico hurto en El Corte Inglés de un llavero o una cinta de música, respeté la ley de los hombres y he llegado a los 40 sin antecedentes penales, a pesar de mi afición a ciertas sustancias estupefacientes y a algún que otro susto con la Guardia Civil de Tráfico; una multa consta en mi haber por no llevar las luces encendidas en un tramo de 200 metros de niebla sobre un arroyo. Nunca he puesto la mano encima a nadie, aunque ha habido un par de intentos de atentado a la integridad física de sub-humanos que, al no tener los huevos de plantar cara, tuve que perdonar la vida. Ni siquiera pude aprovechar bien las enseñanzas de mi entrenador de boxeo por incapacidad manifiesta de responder a los golpes de mis contrincantes en una guanteada. Eso puede dar una idea de mi bajo nivel de aceptación de la violencia física como recurso.
Nunca he defraudado a la hacienda pública, salvo cuando compraba en el bar frente a la comisaría un paquete de Winston 'del águila'; mi historial con la agencia tributaria es impoluto a pesar de haber sido la mayor parte de mi vida un profesional autónomo. He pagado religiosamente todos los impuestos que me han afectado como comprador de vivienda y como trabajador. Nunca he dejado de pagar un alquiler ni un plazo de la hipoteca. He tratado con educación y buenas formas a todos los trabajadores que he tenido a mi cargo y que, a mi entender, formaban parte de un equipo sin más jerarquías que las aceptadas por todos en el mismo.
Respecto a la libertad individual de mis conciudadanos, siempre he respetado las diferentes formas de vivir que cada uno de ellos ha elegido. He hecho chistes de mariquitas, claro, como todo el mundo, pero nunca con la maldad de querer insultar o faltar al respeto. Incluso uso Twitter sin que, hasta el momento sepa de nadie que me haya bloqueado o recriminado algo, a excepción de los de eDarling -a los que no gustó que publicara una foto de un orco con un niño en brazos choteándome de su publicidad-. Por respetar, incluso he respetado a los políticos hasta cierto momento. Comprendo que alguien tiene que hacer esa función en la sociedad. Si todos participásemos plenamente en la vida política del país, y no sólo yendo a votar cada cuatro años o puteando a la madre del alcalde por no arreglarnos la calle, no sería necesario que existieran como profesión. Y he dicho hasta cierto momento porque desde que vi que nos llevaban a la ruina, a principios del nuevo siglo, fabricando un sistema económico basado en adosados en el aire, perdieron para mi toda credibilidad. ¿Cómo no podían ver las consecuencias de lo que estaba pasando si se supone que estaban al cargo de todo? ¿Cómo no nos avisaron de la que se nos venía encima negaban la evidencia en los primeros momentos de recesión?
Caí en la trampa como todo el mundo, claro. Cuando vi que era más barato pagar un plazo mensual de una hipoteca que seguir de alquiler busqué una casa donde vivir, pero no para mi sino para poder ofrecer a mi hijo un lugar que llamar 'casa de papá', después de años en los que no tuvimos domicilio fijo durante nuestros fines de semana según convenio regulador. Juro que es así. Nunca tuve la intención de adquirir una vivienda para especular. En algún sitio tenía que vivir, joder, a pesar de no creer en la propiedad como bienestar sino como atadura.
Ahora veo que los bancos que daban dinero como si fuera de pega, sin ningún problema, a todo el que quería entramparse para siempre, aún a sabiendas de que cabía la posibilidad de que la cosa se fuera a pique -ningún banco es tan ignorante, por eso son los que mandan-, echan a la calle a familias sin recursos, siguen especulando con el stock de viviendas para manipular los precios y el mercado, me entran ganas de echarme al monte. Cuando veo que el gobierno toma posiciones al lado de los poderosos con la excusa de ayudar a estimular el crédito; cuando veo como mis amigos y conocidos empiezan a abandonar su tierra en busca de oportunidades que aquí se les niegan; cuando yo mismo veo la emigración como futuro para no perecer en un país que se hunde sin remedio, me asalta la idea de resistir aunque sea con la violencia como aliada. Me he propuesto llevarme por delante, en el caso de que me quieran echar de la casa que llevo pagando años, a todo el que aparezca en mi puerta con la orden de desahucio, no importa quién sea y que armas lleve. En internet se puede aprender a fabricar cocteles molotov, existen multitud de armas blancas que pueden ser muy dañinas para el que se ponga a mi alcance. Puedo adquirir porras y defensas con sólo cruzar a Portugal o por pedido online. Y podría seguir.
Después de todo lo dicho en esta entrada de blog, en el caso de que llegue el momento de liarla, los medios de comunicación al servicio del poder utilizarán estas líneas para dejar claro que, a pesar de todo el malo soy yo.
Irse a cagar, beatos meapilas defensores de la Ley y la Autoridad.
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