Mentiría si digo que te entiendo
Mentiría si digo que te entiendo, aunque no me faltan razones para comprenderte.
Yo también fui joven y combativo. Milité en colectivos de estudiantes y organicé con mis compañeros muchas manifestaciones, huelgas, ocupaciones de rectorado, acciones reivindicativas. Mi primera úlcera de estómago se manifestó a raíz de ver como, tras una importante movilización estudiantil, nuestros representantes se dejaron comprar a cambio de plazas de becarios y asociados en departamentos de recién creadas universidades. Yo sigo tomando protectores de estómago y ellos continúan presumiendo de ser de izquierdas sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Yo también defendía las mismas ideas que ahora aparecen como novedosas reacciones populares ante el fascismo creciente, mucho antes de que estuviera de moda quejarse de los males que aquejan desde hace lustros a la sociedad española. Como no he cejado de hacerlo, aunque con el tiempo he aprendido a disfrazar mi amargura y frustración con un embozo de cinismo e ironía ante la vida, ya casi no tengo amigos. Nadie entiende que no haya evolucionado hacia el conservadurismo que suele acompañar a la madurez, encendiendo acalorados debates en cualquier ocasión en la que tengo oportunidad de expresarme en público; creo que esto ayuda a explicar el porque de mi reducida agenda social. A nadie le gustaba, cuando las cosas iban "de puta madre" para todos (?), que les recordara que todo es cíclico en la Historia.
Nadie entendió porque compré una casa vieja de pueblo para arreglarla y no un adosado sobre plano, buscando un precio lo más adaptado a mis posibilidades reales (pasadas, presentes y futuras), a pesar de las facilidades que me daban en el banco para prestarme millones de las antiguas pesetas.
Nadie entendió porque compré una casa vieja de pueblo para arreglarla y no un adosado sobre plano, buscando un precio lo más adaptado a mis posibilidades reales (pasadas, presentes y futuras), a pesar de las facilidades que me daban en el banco para prestarme millones de las antiguas pesetas.
Nada nuevo bajo el sol.
Tampoco entendió nadie que renunciara a una relajada y regalada vida universitaria como estudiante de Derecho (mi padre se partía la espalda en el campo para que mis hermanos y yo estudiáramos, con la -ahora lo sabe, vana y fútil-, esperanza de tener un hijo notario), para tener a cambio que pagarme los estudios de Geografía e Historia trabajando en hoteles de Sevilla. Cargué tantas maletas que ahora, cuando viajo -la última vez que lo hice fue en 2001 y para emigrar-, lo hago con una mochila en cabina. Mi suegro me recriminó cuando me casé, de penalti como Dios manda, que era muy soberbio por no querer aceptar su ayuda y seguir trabajando a la vez que terminaba la carrera a toda prisa; la aceptaba su hija, con lo que ya era bastante favor el que me hacía. Acepté la de mi padre, a condición de devolverle cada peseta (no había euros por entonces, gracias a Dios) en cuanto me fuera posible, lo cual pude hacer a los 30 años, no antes. Ni siquiera en aquella época de fastuosas bodas de infantas, en las que secundar una huelga de hostelería -aprovechando que se casaba la tonta-, era poco más que ser un traidor a la patria, dejé de reivindicar mis derechos y los de aquellos compañeros que ganaban poco más de 40.000 pesetas trabajando toda la noche limpiando fogones y sacando basura.
Tampoco entendió nadie que renunciara a una relajada y regalada vida universitaria como estudiante de Derecho (mi padre se partía la espalda en el campo para que mis hermanos y yo estudiáramos, con la -ahora lo sabe, vana y fútil-, esperanza de tener un hijo notario), para tener a cambio que pagarme los estudios de Geografía e Historia trabajando en hoteles de Sevilla. Cargué tantas maletas que ahora, cuando viajo -la última vez que lo hice fue en 2001 y para emigrar-, lo hago con una mochila en cabina. Mi suegro me recriminó cuando me casé, de penalti como Dios manda, que era muy soberbio por no querer aceptar su ayuda y seguir trabajando a la vez que terminaba la carrera a toda prisa; la aceptaba su hija, con lo que ya era bastante favor el que me hacía. Acepté la de mi padre, a condición de devolverle cada peseta (no había euros por entonces, gracias a Dios) en cuanto me fuera posible, lo cual pude hacer a los 30 años, no antes. Ni siquiera en aquella época de fastuosas bodas de infantas, en las que secundar una huelga de hostelería -aprovechando que se casaba la tonta-, era poco más que ser un traidor a la patria, dejé de reivindicar mis derechos y los de aquellos compañeros que ganaban poco más de 40.000 pesetas trabajando toda la noche limpiando fogones y sacando basura.
Nunca acepté favores de quien pretendiera sacar algo a cambio. Terminé mi carrera a pesar de las zancadillas de algunos profesores que veían como algo molesto un estudiante con ganas de terminar los estudios para poder trabajar, no para lamer culos en un departamento a cambio de prebendas. Por desgracia a nadie le cae bien un tipo que se busca la vida por si mismo, es algo insultante para los que lo han tenido todo fácil, para los hijos de papá y mamá. Lo bueno de no tener nada es que no puedes perder ni oportunidades. Beggars can´t be choosers. Dejarse llevar es el secreto del que no tiene raíces ni lugar al que retornar una vez emprendido el viaje de la vida, incluso si es una opción personal y no una imposición del destino.
Tampoco creí el cuento de la lechera de las oposiciones. No hay trabajo más penoso que el que no puedes dejar cuando te hartes. Bukowski lo sabía bien y luchó por vencer la contradicción de ganarse la vida perdiendo la salud.
Ahora sigo quejándome, pero ya se que no sirve para nada, excepto para rellenar un blog o un tweet, dependiendo del hastío del momento. Incluso he empezado a hacer deporte para poder desahogarme y no terminar fundando un grupo terrorista unipersonal, misántropo y nihilista.
Mentiría si digo que te entiendo: con tu carrera recién terminada, con 26 años a tu disposición; con 510 millones de kilómetros cuadrados para correr a en cualquier dirección y buscar tu lugar en este loco planeta.
Nadie escarmienta en cabeza ajena, lo se, pero deberías tomar nota y aprovechar ahora que no tienes ataduras para conocer mundo. No se cuánto tiempo más existirán las selvas amazónicas. No se cuánto tiempo aguantará el hielo de los polos. No se cuánto sobrevivirán los leones o los elefantes (estos últimos con franco y borbónico peligro al acecho, aunque el campechano le da a todo). No se cuánto tardará en caer el sistema para ser sustituido por otro de corte dictatorial y fascista, disfrazado de solución más idónea para el bien común.
Run, Forrest, run.
Agradecimientos: al Escitalopram y al Orfidal. A mis gatos, que me hacen compañía sin pedir más que comida y algún cepillado que otro. A todos los que dudaron de la certeza de mis planteamientos acerca de los ciclos históricos afectados por la macroeconomía.
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