Cha-cha-cha-cha-cha-changes...
Parece que se han puesto otra vez todos de acuerdo en reformar la Constitución. La primera vez fue para añadir, en el artículo 13.2, la expresión "y pasivo" referida al ejercicio del derecho de sufragio de los extranjeros en elecciones municipales, allá por la firma del Tratado de Maastricht. Ahora se pretende limitar la capacidad de endeudamiento de las administraciones del Estado, algo que se supondría innecesario en un mundo idílico en el cual los políticos tuvieran algo de idea sobre cómo manejar las arcas públicas, pero que en el mundo real, visto lo visto, es necesario para que no se desmanden. Digamos que lo que se va a recoger en la Constitución es el límite de crédito de la tarjeta Platino de la cuenta Olla Grande. A mi, aun con el límite marcado por el emisor de mi dinero de plástico bien conocido, todavía me hace falta que mi mujer me guarde la tarjeta de crédito; no tengo lo que se dice capacidad racional de endeudamiento, como nuestros políticos.
El problema viene de la forma de emprender esta reforma, a toda prisa antes de los próximos comicios electorales, sin el consenso de la sociedad española, otrora imprescindible para refrendar una Carta Magna que dejara todo "atado y bien atado", ahora prescindible al estar representada por sus democráticamente elegidos testaferros. Vuelve la ambigüedad a escena. La Constitución es siempre acompañada de rimbombantes palabras cuando es citada por nuestros políticos: expresión de la voluntad popular, del consenso, democrática; lástima que en este caso se acompañe tan sólo de la premura por transmitir confianza a los mercados. Parece mentira, pero aún era posible poner más el culo de lo que se había hecho hasta la fecha. Y todo para poner parches a un sistema económico y social que hace aguas por doquier, cual transatlántico "on the rocks". Nadie parece darse cuenta de que el cambio que se necesita va mucho más allá de subsanar deficiencias coyunturales. Pretenden esperar a que suceda el milagro y todo vuelva a su cauce para seguir recolectando los frutos dorados del capitalismo salvaje. Dan una imagen esperpéntica digna de un Gutierrez Solana, ajenos a una realidad mundial cambiante en todos los aspectos; cambios que vendrán y que harán de esta crisis económica una anécdota sin importancia.
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