Sigamos soñando

Abre uno las páginas de los diarios y, si se sabe leer entre líneas, descubre que el planeta en el que vivimos millones de personas está intentando decirnos algo. Nunca he sido de esos que defienden a ultranza la naturaleza -ya ha demostrado sobradamente que puede sobrevivir sin nosotros-, si bien la respeto como debe respetarse una fuerza superior, no en balde creada muchísimos milenios antes de que siquiera existiera la bacteria primigenia que terminó desarrollándose en los seres complejos que somos.

Las inundaciones y tornados en Estados Unidos, el maremoto de Japón, el cambio climático innegable, son avisos de la Tierra para que cambiemos de rumbo. Nada que ver con apocalípticas visiones, vaticinios del fin del mundo, o ataques irracionales contra lo que nos ha llevado a ser especie dominante. Es una realidad que nuestra especie se ha visto abocada a la cuasi extinción en varios periodos de su historia y prehistoria, y en esos momentos no podíamos culpar a los grupos humanos que intentaban sobrevivir en un mundo aún montaraz y salvaje. El planeta esta vivo, y como tal se desarrolla independientemente del mayor o menor peso específico de las criaturas que los hollamos a diario.

Deberíamos plantearnos un modo diferente de vida, aspirando a mejorar las condiciones de vida de la humanidad de la mano de los avances científicos en medicina, energías renovables, biología; olvidarnos de gastar recursos en formas de matarnos unos a otros, dejar de lado la avaricia que propicia la injusta distribución de la riqueza; pensar en lo que une los diferentes credos religiosos en lugar de hacerlo en las sutiles diferencias existentes. Primar la vida sobre la muerte, la calma sobre el estrés. Conservar el legado del pasado para las generaciones venideras. Dejar como herencia un museo de dimensiones planetarias en el cual disfrutar de la vida.

Suena idealista y extremadamente infantil, lo se. Pero no es otro el problema que la falta, cada vez mayor, de esperanza la que nos está llevando al agravamiento de la situación actual. Una esperanza de niños, la ilusión del infante que espera la llegada de los Reyes Magos; la imaginación desbordante del pequeño que todos llevamos dentro una vez, y que se pierde con la realidad de los años.

Sigamos soñando, manteniendo vivas nuestras expectativas de un mundo mejor. Entre todos será más fácil la tarea. No dejemos que sean nuestros representantes políticos los que carguen en sus hombros con la responsabilidad de manejar nuestros destinos. Exijamos una democracia real a través de la participación efectiva de todos y cada uno en el cambio a una mentalidad global, más humana. No puede ser tan difícil ponerse de acuerdo. Todos venimos del mismo millar de seres humanos que sobrevivió a la última amenaza de extinción de la especie. Está en nuestra memoria colectiva el luchar por el bien del grupo y su pervivencia. Desenterrémosla del lugar donde se encuentra, cubierta de perjuicios de milenios, y hagamos de ella una nueva bandera bajo la que caminar todos unidos hacia un mundo mejor.

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