No tengo ganas de escribir

Mira que hay cosas estos días de las que hacer comentarios, pero la verdad es que no tengo ganas de escribir. 

Podría hablar del Mundial de Fútbol y de las vuvupollas esas que tanta gracia nos han hecho; podría decir que me parece fantástico que la Esteban se esté convirtiendo en la reina del vulgo mediático: tenemos lo que nos merecemos. ¿O todos vemos sólo a Punset en la Dos? Porque los índices de audiencia no discriminan entre telespectadores pasivos o activos. Ver un programa de telecotilleo para dormir la siesta es incluso peor que verlo en absoluta vigilia: cambien de canal y vean leones revolcándose en la sabana. 

Podría hablar de la huelga general del 29 de septiembre, que no va a ser otra cosa que un Rock in Rio de sindicalistas, pero me reservo mi opinión ante el peligro de ser tildado de fascista. Desde que partí el carné de Comisiones delante de las narices del enlace sindical del hotel -cuya lengua lameculos guarde Dios muchos años antes de mandarle una enfermedad pustulosa-, los asuntos laborales que me afectan los trato directamente con la patronal, sin intermediarios, como cuando departo con Dios en círculos reducidos. Es lo que pasa cuando los trabajadores se creen príncipes y se olvidan de la conciencia de clase, que luego no tienen credibilidad. Aquí todos hemos querido ser empresarios, promotores inmobiliarios, inversores de bolsa, salvapatrias y traedores de progreso en ladrillo; y que conste que me incluyo porque también caí en la trampa de la propiedad privada inmobiliaria, ajeno al verdadero peso de una hipoteca. 

Podría dejar mi opinión sobre la putada que nos están haciendo desde Europa, echándonos a los perros de la crisis. Parece que la culpa de toda la penosa situación que atraviesa la economía mundial es cosa nuestra, cuando hay más países de la UE metidos en la mierda hasta el cuello. 

Podría divagar sobre el desastre ecológico del Golfo de Mexico, más conocido ahora como el Mar Negro 2.0;  hacer algo de demagogia barata sobre la próxima ejecución por fusilamiento en Estados Unidos, país que cada vez que aplica la pena de muerte estrecha lazos con China, en lo que a pasarse los Derechos Humanos por el forro de los huevos se refiere.

Podría incluso confesar que cada día me siento más perdido en mi intento de comprender hacia dónde vamos. El posmodernismo me está nublando cada vez más la mente, haciéndome volver recurrentemente a los clásicos para confirmar mi sospecha de que esto no es nada nuevo; estamos repitiendo, como en una mala digestión histórica, los mismos errores del pasado pero con ropajes nuevos. De hecho, voy a aprovechar que el año que viene mi hijo empieza el bachillerato de Letras para refrescar mi latín y griego; tendré que darle algunas clases -y/o lo que es lo mismo: aumentar la dosis de tranquilizantes-, para que no tropiece con Cicerón, César, o Jenofonte.

Pero mejor no digo nada, que no tengo ganas de escribir...

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