"Decía G. K. Chesterton que el auténtico aventurero no es quien da la vuelta al mundo, sino el que es capaz de saltar por encima del muro del jardín de su vecino. Y una vez saltado, entablar una relación. En su ensayo La aventura de la familia el escritor británico esgrime la tesis de que el hombre es la más terrible de todas las bestias. Y la persona que puede confrontar de igual a igual nuestros principios es precisamente la gente que más cerca tenemos. El hombre moderno, escribió Chesterton, viaja a lugares exóticos para huir de la calle donde nació..."

"...La vida en Amstetten, como en tantas partes de este país de 8,2 millones de habitantes, se basa en el respeto y la confianza mutua. Los periódicos están disponibles desde primera hora de la mañana en unas bolsas de plástico que cuelgan de las farolas. Nadie vigila. Pero todo el mundo paga. Por la noche, los chavales de la edad de Kerstin salen a tomar una copa y a la entrada de los bares cuelgan sus chaquetas. Nadie cobra por vigilarlas. Cada uno sabe cuál es la suya. Los pasos de cebra son sagrados para el automovilista. Las adolescentes como Lisa Fritzl y los viejos como su padre-abuelo circulan por el carril bici tarareando canciones. En la rueda de prensa que ofrecen las autoridades de la comarca, uno de los policías lee su declaración en inglés, en deferencia a los periodistas extranjeros; y hay aparatos de traducción simultánea, con una señora que vierte al inglés cada frase que se pronuncia en alemán. En el restaurante del hotel Axel no está permitido al batallón de periodistas que ha aterrizado en el pueblo trabajar con sus ordenadores. Para eso está la cafetería o el vestíbulo. Todo en Amstetten lleva el aroma inconfundible de la civilización..."

Extractos del artículo de Francisco Perejil en el diario El País (04/05/08)

Qué quieren que les diga. En parte Chesterton tenía razón, pero seguro que no estuvo en un pueblo español, porque entonces habría comprobado que aquí no saltamos la valla del vecino, más bien abrimos una puerta en ella en cuanto nos dan confianza. Y a veces, sin que nos sea dado dicho tratamiento casi familiar. En este país somos cotillas y alcahuetas profesionales, no se respeta la intimidad de los demás. Debe de venir de los tiempos en los que denunciábamos a los vecinos por judíos o practicantes de brujería a la Inquisición. Aquí sería difícil que sucediera algo parecido a lo de Austria: primero, porque aún no estamos tan perjudicados mentalmente, y en segundo lugar porque vivimos la mitad del tiempo en la calle, al aire libre. Me quedo con la sociedad española, de momento, que esa civilización de la que presumen los austriacos y los demás países germánicos, recuerda demasiado, atufa cosa mala a hornos crematorios y campos de exterminio. Me quedo con los paseantes que invaden el carril bici, los conductores que no respetan los pasos de cebra y con los que te roban la chaqueta de cuero en el bar, cuando te descuidas un momento.

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