Calamidades II
Cada día estoy más convencido de nuestra deriva imparable hacia el desastre. Será porque ya voy teniendo esa edad en la que todo empieza a parecer un dislate en comparación con los buenos tiempos, aquellos que por haberse vivido en los años de juventud siempre terminan pareciendo un paraíso perdido. Me aferro a mi condición de historiador para contrarrestar esta tendencia perniciosa de ver todo negro, pero la verdad es que no ayuda demasiado: vale que sirve para desmontar tal artimaña de la mente envejecida, pero tan sólo para dejar claro que siempre ha habido calamidades, con la diferencia de que previamente estaba demasiado ocupado buscándome la vida o simplemente ignorando la realidad circundante en busca del hedonismo indiferente de la chavalería.
No sirve de nada buscar culpables. Todos somos culpables de una u otra forma. Dejamos que el sistema nos vendiera una forma de vivir que no es sostenible, pero con la fortuna de haber nacido en el primer periodo histórico de relativa calma en Europa era fácil dejarse llevar por el optimismo. Mejor no preguntar en el tercer mundo. Las campañas del Domund donde metíamos dinero en un sobre para que construyeran escuelas en Africa para los pobres negritos víctimas de la descolonización dejaron paso a las ONG y sus buenas intenciones para intentar paliar problemas que los estados decidieron ignorar sistemáticamente. Ahora los pobres negritos somos todos los que no pertenecemos a las clases pudientes, la desigualdad social y económica se ha extendido por el planeta como una plaga imparable; ni siquiera nos queda ya el placebo de la utopía socialista, enterrada bajo las ruinas del Muro de Berlín. El capitalismo es libre para campar a sus anchas en un mundo que está demasiado ocupado en sus mierdecitas particulares como para protestar de forma uniforme. La individualidad como dogma nos ha engullido a todos en su ceguera colectiva. Tan sólo salimos de la misma para ejercer el derecho de seguir a los abanderados de causas colectivas diseñadas para dar apariencia de democracia a los sistemas occidentales, mientras los problemas crecen y se multiplican. El sistema ya ha dado por perdido el mundo real y se esmera por crear ahora un futuro virtual en un universo paralelo, copia tan fiel de real que para disfrutarlo se requiere una capacidad económica sólo al alcance de unos pocos, cada vez menos si tenemos en cuenta el precio de la energía.
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