Enemigo equivocado
La izquierda más a la izquierda, junto con los numerosos movimientos sociales que han surgido contra la crisis económica y la estafa de los mercados, siguen emperrados en luchar contra el capitalismo como enemigo a vencer. No es que no sea un posicionamiento lógico, sobre todo después de la que está cayendo; por otro lado es una lucha que ya no procede, pues el capitalismo está ya herido de muerte y tardará poco en ser sustituido por un nuevo sistema.
Contra el sistema que está por darse a conocer, por supuesto orquestado por los poderes fácticos de siempre, es contra lo que se debería estar luchando desde ya, más que nada porque no se va a presentar como lo que realmente es, sino como panacea a todas las necesidades y demandas de la nueva sociedad.
¿Y cuál debería ser el principio de esa lucha contra un enemigo que aún no asoma sus orejas? No otro que la unión a escala continental al menos, si no planetaria, de la ingente prole de desfavorecidos y descontentos, sin prejuicios ideológicos ni presupuestos utópicos. Es absurdo mantener posturas radicales frente a problemas que están por llegar. Sin la capacidad de analizar fríamente los desafíos a los que deberemos enfrentarnos estaremos condenados al fracaso frente a a superioridad numérica y propagandística del tiempo nuevo.
Un ejemplo: Imaginemos que se abre la puerta a una renta básica en España. Cada individuo mayor de 16 con una renta vitalicia de 600€, siempre en los parámetros estrictos de lo que significa una renta básica, sin requisitos ni ambages, para que cada uno lo use como mejor se le antoje. ¿Quién se va a mover contra el Estado teniendo garantizados los mínimos para sobrevivir? El sistema entonces tendrá camino libre para desarrollarse a su antojo, una vez compradas las voluntades de la sociedad.
Es necesario un frente común frente a lo que viene, una planificada respuesta que pueda contrarrestar la corriente mayoritaria de aceptación de la nueva realidad disfrazada de mejoría, pues de lo contrario arrasará como una ola con todo aquello que suponga obsoleto, perteneciente al antiguo sistema, incluyendo, como no, tanto derechos como obligaciones, para imponer un nuevo modo de pensar que, tras su apariencia idílica, será el principio de una dictadura global.
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