El perfeccionismo es una patología que tiene cura
Del perfeccionismo también se sale, os lo digo por experiencia propia. Eso sí, algo perjudicado por sus efectos destructivos a medio y largo plazo. A mi me ha costado un par de episodios maníacodepresivos con sus correspondientes periodos de recuperación. Es lógico cuando se persigue algo que es imposible a todas luces, pues es cualidad sólo de dioses ser perfecto, o al menos así hemos creado a todas las entidades divinas que pueblan la religiosidad humana. La naturaleza también es perfecta en su orden de base caótica. Ahí está la proporción áurea para demostrarlo.
El perfeccionismo, según algunos académicos, es algo genético, pues se piensa que fue un factor determinante para el desarrollo de la especie humana desde sus comienzos. Personalmente creo que, desde que vivimos en una sociedad desarrollada (o al menos eso dicen), ha degenerado en una prescindible característica, como el instinto de cazar o de reproducirse, aplastado por la forma de vida moderna.Ya no es necesario buscar la perfección para sobrevivir, aunque sí para destacar en la sociedad, a pesar de lo discutible que puede parecer esta afirmación teniendo en cuenta que vale más una abultada cuenta corriente que otra cosa.
Me inculcaron desde pequeño el rechazo visceral a la procrastinación, el conocido lema "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" era de uso corriente en un hogar en el cual el trabajo estaba por encima de todo lo demás. El trabajo bien hecho se sobreentiende. En mi casa aún hoy, si nos quedamos sin vajilla bien se puede tomar la sopa directamente en el wáter, tal es el grado de limpieza que mi madre alcanza. Mi padre fue sin duda, según afirman muchos de sus compañeros, el mejor en su profesión. Lógicamente, con esos ejemplos, no me quedó otra que sobrevenir perfeccionista.
Pero cuando se pretenden aplicar reglas del pasado en un mundo siempre cambiante lo más probable es que termine uno enfrentándose a un fracaso vital. Ese fue mi caso sin duda, fui enseñado a hacer las cosas lo mejor posible y, sin embargo, poco dotado para la principal habilidad humana: hacer dinero. Mi naturaleza sensible y creativa no me dejó desarrollar la inteligencia emocional necesaria para diferenciar afición y modos de ganarse la vida. Si hubiera seguido con la carrera que elegí en un primer momento, llevado por las expectativas de mi progenitor -esperaba un notario en la familia-, ahora puede que tuviera más posibilidades de escapar de la penuria económica constante. Pero no hay mal que por bien no venga, pues ese momento fue el principio de mi escapada de la cárcel del perfeccionismo. Si una vez que acepté la realidad de mis limitaciones mi vida empezó a rodar de forma más llevadera, no es menos cierto que, al empezar mi periplo laboral, me vi abocado a repetir inconscientemente los esquemas aprendidos. El resultado fue una crisis emocional que me dejó postrado durante meses. Descubrí entonces que había cosas más importantes que el trabajo, como por ejemplo la salud, algo que había postergado durante años en pos de una aparente eficiencia y dedicación a mi profesión. Aprendí que el éxito no se mide por la calidad del trabajo realizado, sino por la apreciación subjetiva que del mismo tienen los demás, no siempre ajena a condicionantes espurios.
Ahora me considero libre de los prejuicios que conlleva el perfeccionismo. Ya no veo el mundo desde la órbita de que se piensa el mejor en todo lo que acomete o en todos los aspecto de la vida cotidiana. Antes, cuando iba a cualquier casa lo primero que se me venía la cabeza era el grado de pulcritud y orden de la misma, categorizando a sus habitantes según grados de suciedad o falta de orden. Ya no cuestiono a aquellos que tienen una vida desordenada ni critico a los que hacen de su capa un sayo y viven ajenos a las convenciones sociales. Ha sido un camino largo y duro, lleno de baches, pero que intento recorrer sin reparar en minucias como la forma en la que se dispone el rollo de papel higiénico en su soporte (debe estar siempre con la caída hacia el exterior) o la organización de la despensa según tipos de productos.
Del perfeccionismo también se sale. Si yo he podido, cualquiera puede.
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