La democracia amordazada
Una democracia que nace del silencio y la impunidad no puede funcionar mucho tiempo. Silencio e impunidad que se pactó sine qua non para que se pudiera emprender el camino democrático desde cero, confundiendo la Historia con un coche viejo al cual se puede trucar el cuentakilómetros a voluntad. Siguiendo con el símil automovilístico es indudable que, tarde o temprano, alguien descubrirá la trampa por mucho trabajo de chapa y pintura que se le eche encima; sin un mantenimiento adecuado del motor y las piezas fundamentales para el funcionamiento del vehículo terminará quedándose parado en cualquier cuneta.
A lo largo de estos más de treinta años se ha producido en España una transformación parecida a la que se operó en la Alemania derrotada tras la Segunda Guerra Mundial, demasiado parecida. Las figuras claves de la dictadura y la represión no han tenido reparos en posicionarse entre los artífices de la restauración de las libertades, auxiliados por una mayoría de creadores de opinión partidarios de la desmemoria. Los esbirros de estos, hijos segundones y bastardos de una violenta época, han conseguido excusarse y escudarse, como señaló Oscar Wilde, en el patriotismo o la virtud de los depravados para justificar las atrocidades cometidas durante la dictadura. Palizas, torturas sistemáticas, acoso laboral, encarcelamiento, latrocinio, chantaje, expolio, entre muchos otros delitos, han quedado relegados al olvido gracias a una ley de amnistía general que equiparó a verdugos y víctimas.
No ha sido necesaria una organización como ODESSA para auxiliar a los fieles servidores del Franquismo. No han tenido que huir del país, tan sólo pasar por la clínica estética de los nuevos demócratas para reaparecer como honrados y valiosos miembros de ciertos sectores de la sociedad española. Eso sí, se les reconoce por el sarpullido que les provoca cada iniciativa de recuperar la Memoria Histórica. Inconscientemente, el miedo a que ese sano ejercicio democrático de devolver la humanidad a víctimas de fusilamientos y entierros en cunetas pueda llegar a extenderse a periodos más recientes, que ellos protagonizaron como represores de la libertad, les devuelve su verdadero rostro.
La realidad es que vivimos en un país inventado a base de prebendas, a cambio de las cuales todos los participantes en el nuevo juego han recibido su tajada. Desde el monarca, que un día juraba adhesión al Movimiento Nacional y otro compromiso con una Constitución democrática, hasta los funcionarios con más solera, todos han aceptado las nuevas reglas a sabiendas de los claros beneficios que les proporcionaba el cambio. Se ha sustituido a una clase dirigente de vencedores de una guerra incivil por otra formada por sus hijos y nietos, con alguna que otra concesión a aquellos que pretenden ser renovadores sin ser revolucionarios. Al Pueblo se le ha engañado con la zanahoria del europeísmo, el acceso al consumo desmedido, la mala educación gratuita, la cultura folclórico-deportiva, los intelectuales multi-premiados, la vida de señorito. Todo hasta que ha llegado la crisis, destapando la caja de los truenos, nada nuevo: independentismo, aspiraciones republicanas, neo-caciquismo, corrupción generalizada, emigración masiva de jóvenes sin futuro en casa, etc. Sólo nos falta una guerra en África y que se vuelva a poner de moda el bombín para sentirnos como en la España del siglo XIX.
He dicho.
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